Parece que determinadas fiestas populares, en este caso el Corpus, producen urticaria en algunos medios, porque responden a una centenaria cultura cristiana. Escribí sobre eso hace algunos meses en Nuestro Tiempo, y lo dejo ahora aquí, sin más comentarios, porque… porque, bueno, los lunes son imposibles.
Expropiaciones forzosas
Hay dos frases hechas que circulan como verdades asentadas en el debate político de muchos países occidentales. Por supuesto, no son las únicas bobadas que se dicen, no, se dicen muchas más, pero cierto manifiesto con motivo del vigésimo octavo aniversario de la Constitución Española ha traído de vuelta esas dos memeces a los diarios y tertulias de este país. Me refiero al énfasis en la “necesaria separación de la Iglesia y del Estado” y a lo de que “los católicos no deben imponer sus creencias a la sociedad”.
Hace ya dos años largos, un artículo del New York Times decía que se trataba de dos afirmaciones deshonestas y, además, peligrosas. Estoy totalmente de acuerdo, porque, para empezar, aquí –que yo sepa- nadie ataca la “necesaria separación de la Iglesia y del Estado”: ni el Vaticano, que la defiende, ni la Conferencia Episcopal, que la defiende, ni ninguno de los partidos con representación parlamentaria (quizá haya alguno marginal, que desconozco, pero no en el Parlamento). Entonces, ¿qué sentido tiene insistir en una verdad asentada, que todo el mundo acepta? El único que se me ocurre consiste, y de ahí que se trate de una estratagema deshonesta, en pretender que cualquier manifestación pública de lo religioso supone un atentado contra esa separación. Una estupidez idéntica a la de quien reclamara la necesaria separación Barça-Estado cada vez que a Zapatero –o al Presidente de la Generalitat- se le ocurriera acudir al palco del Camp Nou. ¿Estamos tontos o sólo lo parecemos?
Resulta evidente la separación Barça-Estado, pero el Barça existe y tiene muchos socios. De ahí que el equipo, como es lógico, celebre sus triunfos en la calle e incluso en el balcón de la Generalitat. Faltaría más. Sería ridículo que, por ese motivo, los del Español reclamaran un silencio que respetara sus colores, como algunos pretenden al llegar la Navidad, la Semana Santa o cualquier otra celebración religiosa.
Pero quizá resulte más deshonesta y mucho más peligrosa la otra afirmación: esa de que “los católicos no deben imponer sus creencias a la sociedad”. Desde luego, y para empezar, no lo hacen. Tampoco deben hacerlo y tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI se han ocupado de recordar que “la verdad se propone, no se impone”. Ocurre que, en el fondo, lo que se pretende negar con la frase de marras es que los católicos puedan “proponer” sus creencias o convicciones y esto, sencillamente, es antidemocrático. Por supuesto que los católicos tienen derecho a proponer sus convicciones del mismo modo que los que pertenecen a otras religiones o a ninguna. Y además, los gobernantes deberán dar respuestas políticas a esas propuestas, como ya escribió hace tiempo Alfredo Cruz, y no meras respuestas ideológicas que las acallen como ilegítimas comparecientes en el debate público por tratarse de convicciones religiosas.
Cualquier simple puede contradecir una argumentación antiabortista, por ejemplo, diciendo que se trata de una opinión apoyada en una creencia y que las creencias no se pueden imponer a los demás. Con este sencillo procedimiento, se le niega presencia política al argumento –que a menudo no se fundamenta en razonamientos religiosos, además-, se rebaja el debate hasta banalizarlo, y se confina a los católicos –por muchas razones que tengan- al ostracismo.
Al final, como la ética pública es un bien más demandado cada día, se termina en lo peor: el Estado la expropia y, de paso, expropia también la conciencia de los ciudadanos. Decide autoritativamente qué es bueno y qué es malo, compendiado en una nueva asignatura que los hijos de todo vecino tendrán que asumir porque el gobierno de turno lo quiere. Un camino fácil para el autoritarismo, porque a los políticos sólo se les podrá juzgar en función de los valores que el propio gobierno ha establecido.
Y yo que no veo tan clara la separación Barça-Estado… ojalá estuviera más separado… el tándem fútbol-Estado no sé si ha sido una buena comparación 😉
Este asunto que planteas es uno de los más importantes para una sociedad. La libertad religiosa es la piedra angular para la construcción de una democracia sólida y madura. Si los ciudadanos no podemos tener nuestras propias creencias y manifestarlas entonces no hay democracia ni nada.
Muchas veces se dice que el Estado es aconfesional. Bien, es cierto y debe ser así. Sin embargo, el país, la sociedad, las personas, no lo son. Un estado neutral debe gobernar a personas que tienen sus propias creencias y si pretende ser ajeno a esas creencias o si pretende eliminarlas no actuará con justicia ni con espíritu democrático. La democracia es un sistema político en el que se respeta íntegramente a los ciudadanos como individuos, en todas sus facetas, la religiosa también.
Es bien cierto lo que dices sobre los argumentos a favor o en contra del aborto. Si se aducen razones religiosas el argumento es ridiculizado. En mi opinión descalificar las razones religiosas es un grave error. Sería como descalificar las razones ideológicas (y me parece que vamos por ese camino).
En el fondo vamos hacia la praxis absoluta: lo que se puede hacer es bueno hacerlo. Como decía el otro día, es la crisis del pensamiento. Aquí, lo único que cuenta es la práctica.
De todas formas, siempre existirán sectarios recalcitrantes y antidemocráticos que odien a las personas con religión. Pero a esas no habría que tenerlos en cuenta.
Un saludo,
Mikel
La independencia de un estado laico de las creencias no significa una actitud combativa contra sus postulados o manifestaciones. Las creencias, sean las que sean, gozan del ansia de difundir su fe y defender su dogma y ello no supone ninguna imposición a la sociedad ni un ataque a la separación entre Iglesia y Estado. Si la mayoría de creyentes profesan una religión dándole en la sociedad un protagonismo sobresaliente sobre otros credos, no debería suponer ningún problema ni dar a entender una ambición monopolística o exclusivista de las creencias.
Sin embargo, además de las consignas que puedan emanar desde los que sientan opinión, creo que habría que analizar también las abundantes actitudes de confusión o complejo que últimamente nos convierten en seres anodinos. Si un creyente se manifiesta como tal, inmediatamente se interpreta como una actitud combativa propia de un proselitismo militante que se debe desterrar. Esa mentalidad ha calado tanto que nos sorprendemos si vemos una persona que se persigna al salir de su portal. Quizás por esa razón algunos lo hacen apresuradamente como si fuera algo clandestino o vergonzante.
Otra actitud ambigua y totalmente ridícula es la que protagonizan los que asisten a un acto religioso como un entierro y se quedan a las puertas de la iglesia moviendo de vez en cuando los labios para parecer que reza y cuando es necesario se persignan furtivamente. A los familiares quieren transmitir que comparten su dolor y rezan por el eterno descanso de su ser querido. Al resto de los que pudieran verlo, parece que quieren decirle que solo pasaba por allí.
Esta ambigüedad ridícula y vergonzante desvela un conflicto de roles que en ningún otro sitio ni en ningún otro credo, he podido ver como aquí.
Efectivamente esta muy mal descalificar las razones religiosas e ideológicas, pidiendo que hagamos examen de conciencia cuando lo hacemos en este mismo foro, permitiéndonos la licencia de usar incluso un tono peyorativo del termino.
(No se como se hace esto de los iconos de guiñar el ojo y sonreír para dar a entender que lo digo sin acritud y con buen rollo)
Por cierto, me he enterado que se esta promoviendo la retirada de los símbolos religiosos como son la Biblia y el Crucifijo de las ceremonias de juramento o promesa de un cargo público. No hay ninguna ley que obligue a la presencia de estos símbolos, pero es una tradición y ahora parece que sobra.
Penso que non debemos renegar das tradicións relixiosas posto que o que hoxe somos ten as súas raices niso. A nosa cultura é como é por ser herdeira desas tradicións. Outra cousa son as crenzas relixiosas que poden terse ou non pero que dende logo deben respetarse. Un respeto que abrangue non só á relixión católica senón tamén ás outras.
Non se trata de que ningunha das partes (Estado e Igrexa) impoñan nada, senón de que cada quen poida decidir e sexa respetada a súa decisión.
Saúdos Paco.
Prometeo, las caritas las puedes hacer con los símbolos de puntuación. Verás que cuando colocas los “dos puntos” o el “el punto y coma” junto al paréntesis que forma una sonrisa, en el blog, se convierte en carita.
Saludos! 🙂
Penso que apelar ás tradicións pode resultar unha trampa porque son esas tradicións as que poden acabar moitas veces co sentido relixioso das cousas, porque se xuras sobre unha biblia ou diante dun crucifixo por tradición o sentido sagrado que orixinariamente ten ese xesto desaparece. Só ten sentido se ti cres no que simbolizan eses obxectos.
O mesmo pasa coas vodas relixiosas. Hai xente que di que casa pola igrexa por respeito as crenzas dos seus pais ou dos seus avós cando quizais, por respeito precisamente a esas crenzas, o que debería facer é non facelo. O que para os católicos é un sacramento acaba convertido nun bodorrio. Moi tradicional, iso si.
Estoy en parte de acuerdo con lo que dice Amalia. De todas formas también entiendo que las tradiciones son colectivas, de grupos de personas (también hay tradiciones individuales aunque creo que las llamamos manías o supersticiones, como los futbolistas que se santiguan cuando pisan el césped). En ese punto, al ser las tradiciones representación de un colectivo entiendo que la consideración individual queda un poco al margen. En España y seguramente en un montón de países, se juran los cargos sobre la Biblia o ante un crucifijo no porque el que jura crea en algo sino por tradición (bueno, y me imagino que también por otra cosas). Pero esa tradición no es posesión ni del Gobierno, ni de los diputados, ni de nadie en particular. Es decir, no hay nadie que tenga derecho, en sentido estricto, a cambiarla. Originariamente está claro que tuvo un significado más compartido que el que pueda tener ahora (para mi ver prometer a algunos políticos, aunque sea con la mano en la Constitución, me parece una de las mayores mentiras que hay). Pero tampoco veo que haya ningún beneficio en eliminarla.
Obviamente, la intención de algunos por eliminar esas tradiciones responde a un objetivo bien claro: eliminar las manifestaciones religiosas de la vida pública. Y si hoy eliminan eso, mañana eliminarán las procesiones,pasado mañana prohibirán la construcción de nuevas iglesias e intentarán desacralizar las ya existentes, al otro día prohibirán a los creyentes (de cualquier religión) optar a puestos públicos, y terminarán meitiéndote en la cárcel por decir que crees en Dios.
Las tradiciones son tradiciones. Y no suelen hacer daño a nadie.
Un saludo,
Mikel
moi ben dito Amalia
Me casó Moncho Valcarcel en una pequeña capillita que sobraba para los pocos asistentes con que contamos. Mi boda fue muy modesta, y me creí aquello de amarse en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza. Ahora me llaman insistentemente para llevar a los novios en carruaje de caballos en bodas de gran boato. Incluso se alquilan pazos con oficiantes actores que representan una ceremonia falsa.
Se casan antes en la parroquia en privado con la única compañía de los testigos. La ceremonia real es casi clandestina y la del relumbrón y la fastuosidad es solo una ficción. Nunca he aceptado esos encargos y si los de un carpintero, o un humilde albañil. Ellos se merecen mi esfuerzo y el de mis corceles, porque son gente sencilla que con fe e ilusión afrontan el reto de formar una familia en la fe y las tradiciones que le transmitieron sus mayores. No lo hacen por quedar bien con nadie y por eso se merecen todos mis respetos y honores.
Entenderán otros mis ideas como consignas panfletarias propias de un frustrado “revolucionario tradicional”. Esa definición quizás se ajustara mas a mi laberinto personal, invirtiendo los adjetivos:
“tradicional-revolucionario”. Esa contundente contradicción, es la que me obliga permanentemente a debatirme entre la imperiosa necesidad de respetar las tradiciones, y la obligación de reinterpretarlas.