El caso de Antonia Ferroño, de 76 años, impedida, vejada por varios menores, me ha impresionado mucho, no tanto por la naturaleza del suceso (desgraciadamente, casi habitual) como por la actitud de la señora.
Dice que ha vivido un año entero con el miedo en el cuerpo, pero que no ha querido denunciar a los chavales, que aparecían a las tres o a las cuatro de la mañana para interrumpir su sueño a pedradas. Dice que ni presentó denuncia ni quiere que les hagan daño alguno. Dice que en todo caso habría que castigar a sus padres, «que non lles dan educación». Repite lo mismo otras dos veces en la entrevista.
Cuando Emiliano Mouzo le pregunta por qué no los denunciaban los vecinos, responde que quizá tuvieran miedo de que empezara a ocurrirles lo mismo que a ella si lo hacían.
La última pregunta del periodista, sobre si conocía a los niños, obtuvo esta magnífica, aunque sorprendente, respuesta: «A eles non, pero aos seus pais e aos seus avós, sí». No conocía, dice, a los chavales, pero sabía de quien eran hijos o nietos.
¿Por qué insiste esta mujer en apuntar hacia los mayores y en proteger a quienes tanto daño le han hecho durante tanto tiempo hasta el extremo de que reconoce haber deseado la muerte? ¿Por qué la muerte antes que denunciar a los niños? ¿Por qué quiere, sin embargo, que den con los padres «e os castiguen como se merecen»?
Se apiada de los hijos y, quizá por eso mismo, no se apiada de los padres. Hay un fortísimo sentido moral en lo que dice y hace esta mujer, capaz de tragarse un miedo que podría haberse evitado muy fácilmente: bastaba con denunciarles y estropear para siempre sus vidas. Y no quiso.
Parafraseando a San Juan, cabría decir que quien no se sobrepone al miedo, también al miedo a quedar mal, no sabe querer. Y esta mujer, Antonia, parece que sabe.
Antonia está equivocada aunque me parece respetable su decisión. Los padres no deben pagar los platos rotos de los hijos porque a veces han dado la educación adecuada y los hijos, simplemente, no han sabido o querido aprovecharla. Todos conocemos algún caso de padres excepcionales e hijos desastres o al contrario.
Bicos,
Aldabra
Ufff! Pues yo pienso que no está tan equivocada. Los padres sí deben pagar los platos rotos de sus hijos cuando estos son menores, que es el caso. ¿Qué hacían esos niños a las 3 o 4 de la mañana por ahí adelante? ¿Sus padres no pueden ni controlar eso? Entonces no creo que les hayan dado una educación adecuada. Y es verdad que todos conocemos algún caso de hijo que sale «torcido», aunque sus padres intenten «enderezarlo» de todas las maneras posibles, pero ¿cuántos casos?. Estaremos de acuerdo en que no es lo común. Y eso de que sean excepcionales… Sin pretender negar que existen esos casos, porque los hay, también ocurre que de puertas para afuera podemos verlo así, pero ya se sabe que en todas las casas se cuecen habas.
A mí me ha gustado el razonamiento de la señora, yo también pienso como ella.
Saludos!
Coincido contigo, la actitud de la anciana es ejemplar por su capacidad de «comprensión». Y discrepo de quienes exculpan a los padres.
Un «post» útil porque urge que padres y madres asuman que tener hijos no es engendrarlos, alimentarlos y cubrir el etcétera de neecsidades físicas. ¡¡¡Hay que educarlos y darles amor, enseñarles a amar y vivir en colectividad!!!
Para instruir a los niños está el colegio –amén de que contribuya a educarlos tangencialmente–, pero la educación en su sentido amplio y en el ámbito de lo personal es responsabilidad de los padres.
Estoy de acuerdo con los dos puntos de vista. Y me parece que es un dilema que no tiene solución.
En primer lugar, los padres son responsables de sus hijos mientras no sean mayores de edad -según las leyes de este país.
Pero las leyes no siempre responden a la realidad. La libertad y la capacidad de un menor para hacer cualquier cosa por su cuenta empieza mucho antes de los 18 años y los padres no pueden estar todo el día como policías vigilando lo que hacen.
Yo haría dos cosas: a los padres les pondría una multa más o menos fuerte. Y a los hijos los mandaría al asilo más cercano a dar de comer a los ancianos durante varios meses.
Mikel
Los padres son los responsables de sus hijos siempre. No son sus amigos son sus padres. Maldigo esta estupida moda de la educación anti-autoritaria. No se como acabaremos como la gente no reflexione y que quite los complejos del franquismo. Ser padre no significa ser un dictador, pero si que eres un cabeza de familia responsable.
La paradoja es que estamos criando una generación de millones de personas frustradas por culpa de una educación destinada a evitar la frustración. No es cierto que en edades tempranas buenos padres tengan hijos problemáticas. Hasta el momento en el que se produce lo que llaman los pedagogos el espiritu de reafirmación, creo y mantengo que nuestros hijos son exclusivamente nuestra obra y que si bien el colegio tambien influye, la impronta de la familia es totalmente determinante.
Pues yo comparto la opinión de Jorge y de Félix. Una vez dijo un sabio que a un niño hay que educarlo treita años antes de que nazca. Puedo compartir con Mikel que siempre hay cierto Albedrío que se nos escapa de las manos, pero también, aunque sólo sea por teoría de probabilidades, si a un hijo le das una buena educación, le enseñas a sufrir (en el buen sentido) y le marcas límites, la probabilidad de que haga una «desfeita» será mucho menor.
Sin ir a casos extremos, todos hemos hecho alguna «falcatruada» de pequeños. Me acuerdo una vez que mi padre me encerró en mi cuarto un día entero sin salir por abrirle a un amigo (que no sabía que era un amigo de lo ajeno) y me dio órdenes de no dejarle entrar en casa. Cuando se habían ido mis padres, él llamo a la puerta. Le dejé entrar. No pasó nada, pero podía haber robado cualquier cosa de valor.
Mi padre se enetró por mi tía, que en ese momento estaba en casa. Aquel castigo me hizo mejor, y más responsable con quien llevo a mi casa.
Si un padre no educa a su hijo, este será un delincuente, y si nos escandaliza que un menor vaya a la cárcel, no debería el hecho de que el padre pague por el hijo. Así estamos, con niños hiperprotegidos a los que no les puedes dar un cachete, (yo llevé varios) los profesores de secundaria se vuelven locos y dicen que no pueden controlar sus clases (Conozco un amigo mío que leva un mes de baja por depresión) y así nos luce el pelo.
En fin, este tema da para mucho. Yo me quedo aquí.
Un saludo:
Javier
Este es un tema importantísimo. Los niños crecen rapidísimo. En muy poco tiempo se hacen hombres de provecho o personas frustradas. En ese plazo que requieren de nosotros, tenemos que ejercer nuestro papel y no podemos delegarlo al estado o al colegio. Cuando las familiar eran muy grandes, los padres también tenían poco tiempo. Muchos padres trabajaban más que nosotros. Estaban pluriempleados, no se tomaban vacaciones, incluso emigraban o hacían grandes campañas navegando. Sin embargo su familia permanecía unida entorno a valores inquebrantables que todos sabíamos que no podíamos traspasar. Nos enseñaron el respeto a los mayores, el respeto a los profesores a las tradiciones y a los símbolos. Ahora nos hemos vuelto iconoclastas y como nuevos ricos, todo lo antiguo es simplemente viejo y hay que renovarlo. Ser irreverente es una actitud modélica porque nos sentimos en la obligación de combatir todo lo antiguo por ser caduco y pasado de moda o por que nuestros esquemas mentales lo asocian a modelos ideológicos que repudiamos. Nosotros nos divertimos mucho y nos comportamos así como niños irresponsables queriendo ser amigos de nuestros hijos. Me revienta cuando veo a papas o mamas usando el lenguaje de los chavales. Es chachí, mola, guai podrían ser padres y se convierten en bufones intentando agradar a sus hijos haciéndose los simpáticos. Algunos incluso imitan el tonillo y me dan tanto coraje que me gustaría mandarlos a todos a hacer la mili.
Por suerte, algunos también se sacrifican, enseñan con su ejemplo a sus hijos los valores que empiezan por CON , como la conmiseración, la consideración, la condolencia, la compasión….y sus hijos ves como triunfan en la vida y son felices, porque han aprendido a tener la empatía de ponerse en el lugar de los demás, de sufrir con los demás, de compadecerse de sufrimiento ajeno.
Si los padres de los chavales de la noticia les enseñaran esto, nunca llegarían a deleitarse con el sufrimiento de una anciana.
Cómo hija, agradezco a mis padres el tiempo que dedicaron a enseñarme valores que me han ayudado a mantenerme firme ante sociedades con distintas mentalidades.
Creo que no hay edad para dejar de ser responsables por los hijos. Luego llegará ese momento en que los hijos se ocupen de los padres.
Por otro lado, creo que los padres han olvidado que son ellos el primer ejemplo que ven sus hijos. Hay casos en que los hijos son simplemente un reflejo de lo que son los padres y por eso los hijos se sienten con toda la autoridad del mundo de actuar cómo actúan.
Esto me hace pensar en un seguro que todos los padres tenían que comprarle a los hijos en Holanda. Este seguro cubría los daños que pudieran ocasionar los hijos en casas ajenas. Bueno, no sé si aún exista ese seguro, pero gracias a ese seguro, muchos padres cuidaban más a sus hijos
De algún modo, hay que recuperar el respeto hacia los mayores o simplemente, el respeto hacia cualquier otra persona sea de la edad que sea.
Y entre el respeto, recuperar también el uso de “por favor”, “gracias”, “tenga usted un buen día.”
Les dejo un enlace a una canción titulada «No Basta» de Franco de Vita. La canción habla de los hijos.
No Basta
Tengan todos un buen fin de semana. :=)
El título sintetiza todo: Amor y miedo. Es fundamental ser capaces de generar amor y de inocularlo en nuestros hijos. Solo con amor, más importante que la disciplina, podemos perder el miedo. Y para educar a nuestros hijos es imprescindible perder el miedo, el miedo a no ser sus amigos, el miedo a sus miradas, el miedo a sus llantos, el miedo a sus reacciones, el miedo a su fracaso, el miedo a perder nuestra juventud, el miedo a perder nuestro tiempo, el miedo a renunciar, el miedo a que crezcan, el miedo a dejarlos solos… Solo con mucho amor nos reponemos al miedo.
¡A nuestros padres les debemos tanto! Gracias, Paco, por esta historia tan hermosa.
Leído el artículo, y a la vista de los escasos datos aportados, me cuesta mucho entender la reacción de la mujer, autoridades, médico, vecinos…
En todo caso, los comentarios que aquí se vierten se centran en los «presuntos agresores».
Como madre acepto la responsabilidad de los actos de mis hijos, habida cuenta de que es mi función educarlos. De igual manera soy consciente de que para educarlos necesito ser poseedora de educación.
Si seguimos tirando del hilo llegaremos «al origen del problema», punto de partida imprescindible para meditar y dar solución a todo lo que siga a “Amor y miedo”, y en donde más que amor, lo que percibo es miedo.
No pude evitar recordar un estudio sobre el comportamiento de los mamíferos con sus crías. Cuando les gritan sus progenitores, es que un peligro acecha y están totalmente seguras de correr hacia sus padres.Invito a todos los que hemos sido castigados humillados y menospreciados por nuestros padres, que recuerden cuantas veces, de pequeños, han corrido hacia ellos cuando les gritaban. Yo solo recuerdo que escapaba de ellos.El amor no es sinónimo de miedo, aunque en la cultura occidental (afortunadamente hay otras para comparar)nos quieran hacer pensar que castigar es amar. Me parece muy aclaradora la reacción de esta anciana, pues demuestra que ha sido amada de pequeña y comprenda que los niños lo hacían por malos ejemplos de sus padres. Tal vez no han tenido otro trato con ellos, y es posible que esta mujer vea que no resuelve nada con castigar, sino educando a unos padres.
Si mi experiencia como madre sirve a alguien, la dejo expresada. Me educaron muy autoritariamente, lo que se dice un cachete de vez en cuando, y nada de confianza ni amor. No iba con moratones al cole, iba bien vestida y comida, pero los procesos de domesticación dejan secuelas, en mayor o menor medida según la sensibilidad propia.A mis hijos les estaba haciendo lo mismo. Aunque me parecía que por nada del mundo repetiría el esquema familiar. Pero todas nuestras frustaciones y miedos , mal amor, están latentes y a veces nos convertimos en ogros. Buscamos cualquier suceso en que se pueda justificar que en realidad los niños necesitan mano dura, cuando lo que necesitan es amor.He probado a considerar a mis hijos como personas, respetarles y amarles;atender a sus necesidades y comprender sus frustraciones. Estar ahí y hablar su lenguaje, aunque no me volví adolescente para hacerlo, sino solo tendí una mano y empecé a dialogar. Al principio están a la expectativa y no se creen el cambio, pero no haciendo caso a nuestros miedos y continuando con la confianza, surge el amor. ¿amiga de mis hijos?¿porqué enemiga?, preguntaría más bien. Lo que no quiere decir que me vaya de excursión de fin de curso con ellos. Muchos saludos y os recomiendo probarlo con los niños que tengáis cerca o dependan de vosotros.