La Voz de Galicia
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Me hablaron de un paisano de la parroquia que guarda en su retranca toda la sabiduría de Buda, Zoroastro y Sócrates juntos.

Valgan como ejemplos dos escenas: sacho en mano, prado al fondo y pista por la que resopla a trote cochinero un manatí enfundando un chándal impoluto del Decathlon;  rojo, fatigado, sudoso y reojeando un peluco de la NASA que le anima y le dice todos sus parámetros vitales. Mirada parabólica del paisano y sentencia: «alí vai outro, escapando da morte». Sin comentarios.

A vostede lle gusta moito viaxar non?  Sí ¿y a vostede? A mín non, eu xa estiven na Australia, na Suisa, na Inglaterra…non, no me gusta. Y porqué?.

Mirada siberiana, gesto etrusco e índice derecho prolongando el brazo como la punta de una lanza alumbradora, señalando: «todo lo que hay ver no mundo, pasa por aquela corredoira». Y no se le movió una boina.

Filosofía aborigen de corte pragmático que sufre las emociones pero se sobrepone a ellas desde el sentido común. Tipos que están detrás del espejo observando la realidad desde otro nivel y que pueden predecir el futuro de cualquier vida humana.

Peo decirle eso al pobre manatí es pincharle un globo que le mantiene vivo y, de acuerdo, será más verdad, pero es una putada. Y tener la certeza de que lo más emocionante no está lejos,  sino que está en tí mismo, es un conocimiento confuciano que no es fácil de adquirir sin muchas experiencias previas.

Pero sí, leía un artículo en prensa de una joven que cerrando un macro festival en Cullera, aterrizo psicotrópicamente en El náutico de San Vicente; más o menos describía cómo tuvo la revelación durante el  concierto que Iván  Fandiño dio  en el local; ahí descubrió la intensidad de lo pequeño, la relación sin ídolos y la confortable sencillez del contexto. Todo lo que había que ver no mundo, estaba no Náutico do Grove.

Uno lee que no sé cuantos chavales se han abierto la crisma haciendo balconing, a otros centenares se les hundió el suelo bajo sus pies, otras han quedado atrapadas en terremotos, tifones y fuegos artificiales varios que  Gaia lanza dónde y cuándo le peta. Y uno piensa en el paisano y dan ganas de dejar el telescopio de las lejanías y tomar la lupa de lo íntimo.

Y para quitarse el agobio  de no alcanzar el estándar del ideal del yo, es necesario pactar con la realidad – a veces jodida-  y ajustar el paso a prácticas deportivas que sean saludables desde el más puro sentido común.

Todo eso lo sabe un paisano del rural gallego sin pasar por Harvard ni Salamanca ¿Cómo lo consiguió?

Cala a boca oh! Cala boca.