La Voz de Galicia
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William Cullen – un médico escocés-  acuñó hace más de dos siglos el término neurosis. Aunque hoy esté clínicamente en desuso porque se ha troceado en un sin fin de diagnósticos de nombres distintos, sigue siendo un término coloquial y el sufrimiento psíquico más frecuente del ser humano. La mayoría somos neuróticos.

A veces, bien porque la vida se maneja mal  o porque se pone puerca, la neurosis se vuelve sintomática.

Freud aclaró que para que una persona goce de buena salud mental tiene que ser capaz de aceptar la realidad, si no lo hace y echa mano de la negación y otros mecanismos psicológicos de defensa para evitar hacerle frente, empieza a rugir la neurosis  y el sujeto acaba dando vueltas a la farola buscando una llave que le libere de la angustia que produce la vida, sin conseguir otra cosa que repetir conductas equivocadas, inútiles y sintomáticas.

No valen las soluciones imaginativas  por mucho que queramos creer que con ellas aliviaremos la angustia, la vida tiene cosas que sólo se puede enfrentar con soluciones objetivas que nunca apetecen.

Cada época tiene su realidad y cada realidad nos impone distintas ansiedades. Las neurosis siempre son contemporáneas del que las padece, pero no es lo mismo sufrir por salir vivo de Alepo que por tener las tetas pequeñas. Hay neurosis de guerra y neurosis de paz.

En el ambiente que nos ha tocado vivir han proliferado algunas neurosis singulares.

El hecho de vivir en un mundo dónde -como explica Margaret Mead- son los adultos los que aprenden los usos y maneras vivir de los jóvenes, una época en la que todo lo que huele a viejo es repudiado, dónde la ropa, los excesos, el tuteo, las formas de comunicación y la imagen son iguales  a cualquier edad, es muy fácil la floración de neurosis desatadas por la negación de la madurez y la vejez.

El no aceptar el paso del tiempo ni borrar sus huellas, no estar al día en toda la parafernalia tecnológica y no poder dar espuela a tantos excesos – llega un momento en que ya no va más- provoca  una cosecha inmensa de neuróticos en esta joven Sangrilá: son trastornos alimentarios provocados por intentar alcanzar un peso irreal, incondicionales a efímeras operaciones  estéticas, alimentos y dietas mágico-milagrosas, deportes excesivos que sustituyen la falta de otros excesos y adictos a comprar las cosas más innecesarias en busca de mantener el tipo deseable en un mundo de mentira.

Fantasía de  inmortalidad que también satura nuestro sistema sanitario de demandas hipocondríacas y engrosa las arcas de todo tipo de charlatanes.

 

La verdad es que no es fácil aceptar que las cosas son como son.

 

¡Eso es todo amigos¡