La Voz de Galicia
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A primera hora he ido a la ITV a pasar la inspección del coche. La ha pasado sin problemas, pero lo cierto es que cuando llegas a la ITV es como si te sometieras a un examen. Entras asustado preguntándote qué me encontrarán, pasaré con las ruedas, los gases… Y cuando ya entras en la fila de revisiones solo escuchas un buenos días muy seco y órdenes en medio de un ruido infernal y de gritos, muchos gritos. ¡¡¡Abra el capó, cierre el capó, encienda las luces, intermitente izquierda, intermitente derecha, frene, acelere, gire, luces, luces de niebla, delante, detrás, limpiaparabrisas, agua del limpiaparabrisas… uffff!!! ¿Ya está? Nooo. Falta el traqueteo para controlar los amortiguadores. Si de eso sale, tengo el coche del futuro. ¡¡¡Avance!!! Otra orden. Ahora las oigo por un altavoz. Frene. Mueva el volante. Y me confundo con los otros altavoces. Ya no sé si me mandan frenar a mí o al camión de basuras de la otra fila. Cada vez hay más tensión en el ambiente y las caras de la ITV siguen siendo duras, serias, de esas que dicen «te voy a pillar«. Y tú, como un corderito, ni palabra y prestando la máxima atención para no equivocarte, y buscando alrededor algún rostro conocido, que no aparece. Nueva orden: Siga hasta la cabina. Vaya, llegan los gases, la gran prueba final. Acelere hasta 2.000 revoluciones y mantenga. Y tú, mantienes, claro. Y rezas, ¿echará bien los gases? Y te arrepientes: Tenía que haber ido antes al taller… Ahora estará algo mal y tengo que volver, al taller y aquí. ¡¡¡Todo bien, hasta dentro de dos años!!!, me dice el de los gases. Y yo, ya no sé si darle las gracias o preguntarle si le debo algo, además de los treintaytantos euros que pagué al entrar. Metes primera y sales a toda leche, con los papeles revueltos en el asiento. Ya los arreglaré fuera de este recinto. Qué nervios. Creo que no hace falta tanta mala leche para pasar una inspección así. Un poquito de porfavor señores de la ITV.