La Voz de Galicia
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Dicen los que saben de estas cosas que al hombre leatrae más  la imagen y a la mujer las palabras, por eso en el juego de la seducción, ellassuelen invertir másenergía en la apariencia adornándose, ocultándose tras laropa, joyas, complementos, maquillaje…Mientras que el hombre se encubremásenadulaciones y falsedades.Una mirada parabólica a los corrillos de adolescentesplayerosme recuerda este aforismo psicoanalítico.

Es raro ver una mujer en los arenalesdespojada de todo tipo de adornos; por muy breve que sea la vestimenta, nunca escatiman pendientes, pulseras, collares, carmín, un pareo, cualquier detalle…Los muchachos vociferan gestos y palabras, relatan hazañas deportivas, cuentan épicas nocturnas y salpican la narración con tacos yalgazaras.

El resultado resulta paradójico, porque ni los chicosse fijantanto en los adornos ni las chicas en las bravuconadas,es más, da la impresión de que quienes más reparan en los complementosde las chicas son las chicas y quienes de verdad se impresionan con las tabletas yla Odisea de la última mentira jalonada de maldiciones, son los chicos.

Se van apreciando los cambios esperables en los tiempos que corren dónde la igualdad –no la diferencia- es el santo grial redivivo; muchas jóvenes se arrancan porvociferios y jurosque,hasta ahora, eranpatrimonio de varones sobrados  de hormonas y algunas cortesanas de hostería del siglo XVII. Va a tener razón el compañero y amigo Manuel Fernández Blanco cuando afirma que la igualdad que estamoslogrando viene en clave de: “todos iguales sí… pero todos hombres”.

Escucho a muchas chicas hablar con las mismas coletillas y gestos masculinos que los mozos, pero a pocoschavales ocultar con gestos delicadamente femeninos los recortes de su anatomía detrás de cualquier adorno. El único detalle de esta incipiente igualdad dónde no percibo diferencias es en los tatuajes.

 A ellos se les vedescolocados teniendo que afrontar el inevitable miedoala conquista de lachica que les gusta, pero que ahora le devuelve una imagen especularcomportándose como ellos.

 Sin“googlemap”que les socorra eneste desconocido territorio andrógino de la igualdad, muchos acabanescalandosu virilidadcon un tono pendenciero que no extraña que en ocasiones pase al acto.

A vecesel temor al rechazo en la conquistaes de tal intensidad que los más cobardes sólo arriesgan la derrota colocadosy en manada.

Cuando calienta el sol allí, en la playa, es evidente que el protocolo de flirteos, ligues y galanteosal uso, empieza a ser polvo en la arena de la nueva igualdad y que el “damas y caballeros”,  acabará siendo un juego de ajedrez veneciano expuesto en el Museo de Pesas y Medidas de París.