Los datos son los siguientes: alrrededor de cuatro mil personas se suicidaron en España en el 2020, nueve de cada mil fallecimientos; del total en 2020 el 41% tenían entre cuarenta y cincuenta y nueve años, el 27% entre sesenta y ochenta años y el 17% entre veinte y treinta y nueve.
El porcentaje de hombres triplica al de mujeres, tres mil frente a ochocientas.
No voy a extenderme en relación a los planes nacionales y autonómicos de prevención del suicidio que son pocos y entre los cuales destaca el desarrollado en Ourense con resultados aceptables.
El suicidio ha estado presente en la humanidad desde que tenemos referencias y es fácil pensar que desde que tenemos lenguaje y empezamos a habitar un mundo simbólico poniendo nombre a las emociones y al dolor que produce vivir. Aparecieron conceptos tan contundentes como el honor, la patria, la verguenza, la culpa, el fracaso, o la soledad que –patologías mentales a parte- son los motivos ancestrales que sustentan las conductas suicidas.
Desconocemos las bases biológicas y no disponemos de marcador biológico alguno para el suicidio que, probablemente, sólo conseguiremos en aquellos suicidios derivados de un trastorno mental identificado. En el resto,sólo podremos “comprender” pero no explicar el acto suicida.
Los suicidios obedecen a dos grandes claves: el “quererse morir” y el “no querer seguir viviendo…así”, la primera implica un deseo activo de morir y la otra una huida del dolor , cualesquiera sea su origen, que sólo el protagonista conoce.
El abrumador sesgo masculino que presenta el suicidio hace tiempo podía achacarse a la mayor incidencia de consumo de tóxicos y alcohol por parte de los hombres, pero eso ya no es así.
No se contempla desde el Ministerio de Igualdad una intervención preventiva sobre el varón.
No es país para hombres.