Cumplo años el día del solsticio de verano, cuando arden las hogueras y se degustan las sardinas más obsesas del año sudando orondas sobre el pan de maíz.
Cuando niño, mi cumpleaños coincidía con el día que se acababa el colegio, nos daban las notas y se abrían las puertas de un verano eterno listo para devorar. Cuando joven y adolescente, ése día comenzaba la berrea de amores de arena y sal que duraban lo que tardaba en finalizar agosto.
Mi tío oficiaba la liturgia de clausura haciéndonos formar a toda la canalla frente al mar y recitar con severidad exorcista: » Mare Nostrum, mare azul, hasta el año que viene si no soy gandul, yo te prometo que aprobaré y que en tus aguas me bañaré».
Si el año había resultado exitoso académicamente el día de mi cumpleaños recibía generosos regalos que iban desde una bicicleta hasta un «Lacoste».
Ese año me regalaron un flamante «smartwach», esos relojes inteligentes que te informan de todos los parámetros fisiológicos, son agenda telefónica, geolocalizadores, teléfono y un montón de cosas más que nunca llegué a controlar.
El caso fue que me ceñí el artilugio a la muñeca y comencé a recibir información de las horas que había dormido, la calidad del sueño, las calorías que quemaba, la frecuencia cardíaca, la tensión arterial, los pasos que había andado y cómo estaba mi electrocardiograma.
Un buen día estando tranquilamente sentado tomándo una cerveza, el artilugio se abrió sin tocarlo y me dijo: «llevas dos horas sentado, levántate y camina», sorprendido, no le hice caso y apreté el botón de apagado, pero al poco tiempo volvió a despertar: «una caña, una bolsa de patatas fritas y un plato de aceitunas, trescientas calorías». Volví a apagarlo irritado con esa función «memento mori» (recuerda que eres mortal) que los esclavos romanos susurraban al César cuando era aclamado por el pueblo, solo que a mí, no me aclamaba nadie y nunca me gustaron los esclavos. Lo apagué de nuevo y sacudí la muñeca esperando que el aparato se reiniciase y me dejara en paz, pero no, atacó de nuevo con un contundente: «te lo estás pensando, !bien!, sigue así». Golpee la esfera varias veces hasta que se apagó, quedé mirándolo fijamente murmurando ¿quieres dejar de joderme?»
Se abrió de nuevo e informó: «estás nervioso, tienes 90 pulsaciones y estás en modo quema de calorías. Se lo que hiciste anoche, te ha subido el azúcar y el colesterol, no te cuidas !Marichocho! »
Me llegó, desabroché el invento y lo arrojé al Mare Nostrum propulsado con un » ¿me vas a amargar el verano? !A la mierda!».
Todos miraban cómplices y temerosos a sus smartwacht.