Qué mal habremos cometido para merecer tantas calamidades encadenadas. No recuerdo ninguna otra época en la que la humanidad haya padecido tanto infortunio colectivo en tan poco tiempo. Sin renegar de sesudas explicaciones geopolíticas, baladas conspiranoicas, ansias expansionistas y luchas de todo tipo de intereses ocultos al común de los mortales, ninguna es convincente.
¿Castigo de qué dios? Pero ¿no dijo Nietzsche que se había muerto? ¿De qué poderoso don Dinero quevediano que no muestra espada ropera ni daga veneciana? ¿De qué espurio imperio, si el último salió por piernas de Afganistán como salieron todos, sin tanto daño colectivo? ¿Qué científico loco le cortó las cadenas al virus tan letal? No, no es nada fácil comprender qué está pasando, habrá que volver a los mitos para encontrar una narración explicativa.
Cuenta Grecia que la primera mujer fue Pandora, un castigo divino de Zeus a su hijo Prometeo por coleguear con los humanos y regalarles el secreto del fuego. Zeus decidió crear una mujer —toda dulzura e inocencia— para entregársela a Prometeo, pero el titán se olía la añagaza y la rechazó, al tiempo que alertaba a su hermano Epimeteo de que jamás aceptara un regalo de Zeus.
Pero Pandora era una miss Olimpo y el boquiabierto Epimeteo no la pudo rechazar, ni a ella, ni a la caja que portaba. El castigo iba dentro del baúl envuelto con una orden tajante de Zeus: «Nunca abras la caja». Igual que a Adán y Eva, basta que se lo prohibieran para que Pandora se apresurara a abrir la caja, liberando todos los males de la humanidad —Zeus no se anda con chiquitas—.
De allí escaparon la enfermedad, la fatiga, las catástrofes, el crimen, la guerra, los vicios y las pasiones. Solo quedó una sin escaparse: la esperanza.
Pero la esperanza puede ser uno de los peores males, porque supone dar la batalla por perdida fiándolo todo a que algo o alguien nos liberará del mal; la esperanza es lo último que se pierde porque no salió de la caja, pero su apelación siempre es posterior a la derrota.
Quizá sea esta renuncia a vivir de esperanza lo que mantiene en pie a los soldados ucranianos, a millones de chinos confinados y obliga a Europa a dejar de mirar para otro lado.
Dicen en la India que Indra era un dios caprichoso que mandó cubrir toda la bóveda celeste con una red de perlas; perlas tan exquisitamente pulidas que en cada una de ellas se reflejaban todas las demás, de tal manera, que si alguien osaba causar daño a alguna de ellas, todas las demás lo reflejarían. A ver si nos estamos comiendo las perlas y acabamos vomitando petróleo. Nucleares sí, gracias.