La saturación o disminución importante del ritmo de una actividad- en mi caso mental- es la definición de colapso.
Esta semana pasada colapsé mentalmente con la intensidad de los «eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa», no solo por la realidad de los mismos, sino sobre todo, por la cantidad de bucles que arrancan en la cabeza al interpretarla.
Me sentía afortunado por poder decir que conocí a Franco, saludé al Rey, y he vivido en una democracia homologada por más que nos empeñemos en denigrarla. Viví en la Checoslovaquia y Polonia que se escondía tras el telón. Vi caer el muro de Berlín y luché contra la primera pandemia global de la historia.
Los amigos fanfarrones añadían: «solo nos falta vivir una guerra». Y esta semana se nos ha puesto a tiro de misil balístico de largo alcance. Otra vez la misma tragedia de siempre remasterizada. Los mismos intereses y desintereses, los mismos protagonistas vestidos de Cornejo, las mismas emociones y los mismos pecados. La avaricia, la insolidaridad, el poder, la envidia, el odio, las suspicacias y ganas de pelea.
Si observas la guerra civil desatada en el partido popular te puede salir un culebrón mejicano o un tratado de teoría política, los dos son cansinos por que en el fondo ya nos los sabemos y de verdad, de verdad, escandalizan pero no nos sorprenden. Todos conocemos el sabor y las consecuencias de esas emociones, todos somos Judas y todos somos Salieri.
Pensar que el guión de siempre puede tener otras consecuencias, otras lecturas o puestas en escena es mucho pensar. Pensar que Putin se va a dejar mojar la oreja es estúpido y pensar que los pequeños Nicolases del partido popular van a rendir su impostura, lo es aún más.
Vanitas, vanitatum, et omnia vanitas.