La Voz de Galicia
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El yerno cubano de Karl Marx, Paul Lafargue, escribió allá por el 1880 un ensayo titulado «El derecho a la Pereza». Venía a defender la idea de que el Capitalismo produciría una superproducción que acabaría alienando a la clase obrera. Proponía que , gracias al desarrollo industrial, se conseguiría un revolución social que permitiría al obrero una mínima jornada laboral  y poder dedicarse al cultivo de las artes y  las ciencias.

No recuerdo si fue Samuel Coleridge o su amigo Tomas Quincey -ambos opiómanos- quien escribió cien años antes del texto de Lafargue, un cuento en el que un pueblo indígena, laborioso y apasionado de la música, rogaba todos los años a su dios que les trasladara a una isla dónde no tuvieran que trabajar y poder dedicarse al cultivo de su pasión por la flauta. Un año el deseo les fue concedido y, unos años después, ya liberados del trabajo y entregados a la molicie, no sólo no se habían convertido en virtuosos flautistas, sino que todos se habían transformado en gorilas.

Observando la deriva del siglo XXI en el que la tecnología ha propiciado a la mayoría trabajar sin esfuerzos físicos y el acceso a todo el conocimiento a través de Internet, parece que tenían más razón los opiómanos ingleses que Lafargue. Lejos de convertirnos en gentes más ilustradas, nos hemos transformado en bulímicos consumidores de todo tipo de entretenimientos.

Lafargue identificaba cinco pueblos malditos en el mundo que tenían una «necesidad orgánica» de trabajar: Los auverneses, los escoceses, los gallegos, los pomeranios alemanes y los chinos.

Vistos los resultados obtenidos por estos pueblos «malditos» no cabe duda que el opio acertó más que el comunismo de Lafargue.

Gallegos trabajadores, orgullosos y capaces de conseguir en los ratos libres, casi la mitad de las medallas olímpicas españolas.