Leo la noticia de que la demanda de congelación de óvulos se ha duplicado en pocos años, si en 2010 se producían 2.813 ciclos de vitrificación, en 2019 (último dato disponible) ya eran 6.651.
Los argumentos son razonables: frenaría mi carrera profesional, no encuentro una pareja estable, no puedo conciliar el trabajo con la maternidad, no disponemos de suficientes recursos…Argumentos característicos de lo que el filósofo Byung Chul-Han describe como la sociedad del cansancio.
La tendencia del dato es a aumentar si tenemos en cuenta las cifras de paro, de empleo precario, de subvenciones insuficientes para formar un hogar y a veces un lastre para incentivar la búsqueda de empleo.
De no frenarse la tendencia, se presenta un paisaje de padres de edad avanzada con carritos de bebé. Bebés que una vez jóvenes serán cuidadores y huérfanos tempranos y los abuelos serán seres de leyenda.
Si llegáramos a esta distopia no sé quiénes pagarán las pensiones o si ya no habrá nadie que mantener.
Renunciar a la paternidad o la maternidad por ser el CEO de la empresa, el jefe del servicio, el padrino en la boda, el viudo en el entierro y el fotógrafo en el bautizo, es una opción en alza. No le veo mucho arreglo.
Estos procesos son lentos, queda tiempo para intentar revertirlos o paliarlos pero eso impone otro modelo de sociedad.
No es cuestión de políticas de natalidad por un puñado de euros y manutención unos años (medidas tan encomiables como ineficaces). Es muy difícil estimular la natalidad en un mundo tan competitivo, tan acelerado y tan de reggaetón.
Lo malo es que un problema de este calado no parece preocupar demasiado en el mundo del aquí y ahora, más interesado en el sexo de los ángeles y los demonios que con el de los bebés.