El ser humano, aparte de necesidades de toda índole, tiene una necesidad esencial de ser reconocido. Acertaba Hegel afirmando que: «la conciencia de uno mismo no se consigue más que a través de la conciencia de otro». Necesitamos al otro para ser conscientes de que somos alguien, es el otro quien confirma que existimos. El árbol que cae en el bosque no hace ruido sino hay alguien que lo escuche.
Hasta el advenimiento de las T.I.C., la necesidad de sentirse reconocido estaba razonablemente cubierta con la buena educación y un montón de personajes que te reconocían cotidianamente: el sereno, el tabernero, el acomodador, el revisor, la pipera, todos los comercios y la gente del barrio. Ninguno evadía un «buenos dias».
Esa multitud de espejos que nos saludaban hoy se han convertido en pantallas que -a falta de barrio y pueblos- nos miran en Instagram recolectando «me gustas» sin conocerte de nada salvo la foto filtrada que encabeza el wasap. Hay una capacidad de comunicación enorme pero nos reconocemos menos que nunca.
La pantalla y las redes «contactan» pero no conocen, no te saludan cuando vas por la calle o entras en un bar, sólo conocen tu perfil y la mayoría de las veces tu impostura.
La necesidad de reconocimiento que cubren las pantallas está sobrada en cantidad pero con una calidad relacional más que escasa.
Ese desconocimiento real hace más doloroso el ciberbulling que la pandilla del barrio, las rupturas electrónicas que el «que te den» en tres dimensiones, el ciberidilio que los besos de chocolate y piel.
La satisfacción que provoca el reconocimiento se palpa en esta época dónde la gente veranea en el mismo sitio o tienen un pueblo dónde pasearse entre espejos de toda la vida; son antagonistas de aquellos que se desplazan por el planeta siendo forasteros en todos los lugares.
La globalización y la red nos conoce cada vez más pero como datos estadísticos, sólo hay que ver el bombardeo de correos y mensajes que tratándote por el nombre de pila, te ofrecen las últimas novedades (según tus gustos extraídos de paquetes de datos), te piden tu opinión o te animan a suscribirte a todo tipo de cosas. Pocos te reconocen salvo por tus compras y visitas a portales electrónicos.
La dignidad, en cierto modo, comporta la necesidad de ser reconocidos en nuestra plena calidad humana, quizás por eso hay cada vez más víctimas que capitulan su dignidad por un puñado de votos o de «likes».
No hace mucho tiempo, en Calafate, entré en una cafetería rotulada con la siguiente pizarrilla : «Un Café: 30,.Un café, por favor, 20. !Buen día! un café por favor 15 ( en la educación está la diferencia).
Buenos días y feliz domingo.