Les hablaba en una columna anterior del carácter veraniego que tienen las gaviotas cuando estás descansando cerca del mar; hay otros seres que también se hacen notar en época estival y que son, si cabe, igual de pesaditos que las gaviotas, me refiero a los mosquitos.
Los mosquitos veraniegos son insufribles porque arruinan las noches ya de por sí difíciles cuando el calor aprieta y además de producir un zumbido de caza bombardero que exaspera las tinieblas, pican.
El imaginario popular ha elaborado un sin fin de mitos y remedios frente a los mosquitos cuya inmensa mayoría son inútiles e inciertos. Las plantas antimosquitos, las pulseras repelentes, las velas y muchos aerosoles sirven poco frente a un mosquito cojonero de raza con el que solamente una lucha cuerpo a cuerpo desvelada puede acabar en esa gota de sangre sustraída que prueba su ferocidad una vez es aniquilado.
Otro mito mosquitero es aquel que afirma que hay gente a quien los mosquitos no les pican y otros a los que les pican siempre porque tienen la sangre o el olor más dulce, otro error.
Los mosquitos nos pican a todos sólo que en algunos la picadura es más penosa por que poseen una hiperinmunidad de base, la denominada «teoría del leucocito residente», que consiste en una memoria celular frente a las picaduras que hace que en una picadura de hoy se desencadenen rebrotes de picaduras anteriores, de tal manera que el individuo cree que le han abrasado a picaduras cuando, en realidad, sólo ha sido uno que con su saliva ha despertado el recuerdo celular de picaduras anteriores.
Hay pues, personas pro-inflamatorias y anti-inflamatorias frente al ataque mosquitero, igual que las hay para otros muchos avatares de la vida; hay comidas, lugares, amantes y amistades pro-inflamatorias y anti-inflamatorias.
Eviten a las primeras.