Recientemente me preguntaban en una entrevista si en mis años de ejercicio como profesional de la psiquiatría percibía algún cambio en las patologías. Evidentemente respondí que sí, con matices.
La patología mental severa sigue siendo la misma, con la misma incidencia de siempre y dónde sólo cambian algunos contenidos de la locura. Es en la patología llamada menor , cuadros depresivos, de angustia y de ansiedad en todas sus variantes, dónde se observan más cambios y mayor aumento. Estas patologías son más sociodependientes que psicodependientes, es decir, productos del clima social y que presentan un cierto «efecto contagio», sobre todo, en la población infanto juvenil y de forma más relevante entre las niñas y adolescentes, destacando el aumento de todo el espectro de los trastornos de alimentación, las autolesiones y la llamada disforia de género.
En Suecia, país pionero en implantar tratamientos de transición de de sexo aumentó un mil quinientos por cien la demanda entre niñas de 13 a 17 años, en España, no disponemos aún de datos relevantes.
Cabe pensar que tanto la anorexia nerviosa como la disforia de chicas que quieren transicionar a hombres, tienen como común denominador que en ambas patologías se huye de la feminidad, más en el afan de querer borrar los caracteres sexuales secundarios femeninos que en clave de esta psicología «pop» que circula por las redes con afirmaciones como: «sentirse hombres atrapados en un cuerpo de mujer» o «querer estar bien consigo mismas»
Hay muchas variables que manejar para poder interpretar esta realidad, el psicoanálisis aporta explicaciones interesantes que el compañero Manuel Fernandez Blanco, ha teorizado y comentado en este mismo periódico.
También la victimización de la mujer y la criminalización del hombre que estamos presenciando últimamente son variables a tener en cuenta.
Este ultrafeminismo de las leyes trans, del sí y el no, del ciclo menstrual y de la igualdad de género acusa al hombre de ser un maltratador, un asesino, un vicioso, un acosador y un analfabeto femenino que hay que combatir, situando a muchas adolescentes en una posición difícil a la hora de construir su identidad sexual, dando la impresión de que más que desear ser hombres lo que no quieren es ser mujer y por tanto víctimas.
Con otro problema añadido para muchas adolescentes que, superada la etapa de identificación con la madre, tienen que elegir entre los dos modelos imperantes: el de amazona empoderada y masculinofóbica o el de mujer florero que exhibe sus encantos en Instagram, cosas que muchas niñas no quieren o no pueden conseguir.
La borrosidad de las nuevas identidades y el debilitamiento de la función reproductiva como función exclusiva de la mujer, pone cada vez más difícil responder a una pregunta que nunca fue fácil: ¿Qué es ser mujer?