Una fiesta es un acto grupal privado o público durante el cual los participantes comparten tiempo, espacio y diversión. En inglés le llaman party pero, aunque es lo mismo, no es igual.
Hay varias categorías de fiestas públicas: locales como las de la patrona, regionales como las de la comunidad autónoma y nacionales como el día de la Constitución. Las fiestas públicas son predecibles, estructuradas en base a una repetición de ritos y perdurables en el tiempo.
La forma y fondo en que se desarrollan cada una de ellas son distintas, las patronales suelen transcurrir en torno al baile y la gastronomía tradicional, las autonómicas giran alrededor de manifestaciones políticas, galardones a sus prebostes y ofrendas a los héroes locales. Las fiestas nacionales tienen una connotación más pegada al disfrute de vacaciones y puentes que a las de celebraciones multitudinarias en torno a un tótem. Todas tienen, sin embargo, una carga nostálgica y de entrañable comunión grupal alrededor de los diferentes símbolos.
Otra cosa distinta son las fiestas privadas, bien sean de cumpleaños, onomásticas, celebraciones varias o las más temibles, las fiestas sorpresa. Uno que ya tiene un recorrido, ha asistido a todo tipo de fiestas y puede distinguir con nitidez lo que es una fiesta tipo «festa» y lo que es una fiesta tipo party. Las fiestas tipo party anglosajonas son normativas, contenidas (salvo accidentes) con reglas no escritas, invitaciones formales, horarios, atracciones, música, viandas y estilismos adecuados, a las que la gente va sobre todo a hacer relaciones públicas y a (ad)mirar y a ser (ad)mirado.
Las fiestas tipo «festa», al contrario, son parties que se han perdido el respeto a sí mismas. Carecen de horario fijo, de música preseleccionada, de estilismos adecuados y bebidas prémium. Son más canallas, menos predecibles y normalmente suelen ser mucho más divertidas porque llegada una hora borrosa, a los participantes les importa un pimiento que les miren y hacer el ridículo; están a la empanada, al churrasco, a la sopa de ajo, a Camilo Sexto y a mirar con ojos de anaconda al que va delante de la conga.
Capítulo aparte merece la moda de la fiesta sorpresa, invento este que últimamente ha cobrado tal arraigo que prácticamente son todo menos una sorpresa. Con las fiestas sorpresa pasa como con los reyes magos, que uno se lo huele pero tiene que hacerse el longuis para no frustrar la ilusión del bienintencionado organizador. Las que son una sorpresa de verdad pueden ser peligrosas por muchos motivos pero, fundamentalmente, porque al homenajeado puede no hacerle nada de gracia llegar a casa agotado y encontrarse con una tropa difícil de digerir sin precocinar.
Tengan prudencia con estas cosas y apaguen los móviles por si acaso.