La palabra catalogo viene del griego y quiere decir, nombrar de arriba abajo y por completo todos los elementos de un conjunto.
Hoy en día sólo los hipermercados y el buzoneo de barrio te enseñan catálogos, el resto están en las pantallas.
La escena fue más o menos así: grupo de amigos picoteando en la mesa del al lado de una terraza mirando al Louro. «Estoy fatal de los huesos» – decía haciendo círculos con las muñecas-, !UY! «yo casi no puedo andar de cómo tengo las rodillas» .
Pues yo no duermo un carallo , me despierto tres veces por la mierda de la próstata, me dan vértigos y «tengo cloresterol».
A mí me hacen una colonoscopia la semana que viene – sentenció el más severo- y para el mes me operan de cataratas. Pero, ¿no estabas tan mal de memoria?, inquirió otra. Si, de eso también estoy fatal, voy a ir al neurólogo no vaya a ser un Alzheimer.
El más callado apuró la Estrella y le soltó: «macho, tú lo que eres es un catálogo, lo clavó. La calle está llena de catálogos.
Hablar de los podrigorios de uno causa el goce de espantar la angustia porque quien canta sus males espanta, como dice el dicho. Pero hay otras gentes que no cantan porque las vence el pudor, y tener en consideración que además hay gente que escuchar el catálogo de podrigorios ajenos les produce el mismo pudor que los atenaza.
En cualquier caso, es aconsejable no cristalizar en catálogo por el bien de todos.
El gran Chumy Chumez – un hipocondríaco de órdago- se pasaba el día dando la vara a todos con sus podrigorios mortales de necesidad. En su lápida dejó escrito: «lo veis como tenía razón».
Humor frente angustia