Leí de refilón en el periódico que a Ana Torroja -cantante de Mecano y contemporánea en la movida madrileña- la habían distinguido con el título de marquesa de Torroja, título otorgado por Franco a su abuelo, D. Eduardo Torroja Miret, un extraordinario ingeniero de caminos, canales y puertos, al que debemos muchísimas obras públicas en nuestro país, innovador, experto mundial en construcción con hormigón y un trabajador infatigable.
Me parece muy bien mantener el recuerdo eterno de un hombre valioso a través de un título nobiliario. Da igual quien lo detente, el caso es sostener el recuerdo de quien lo mereció.
Faltaron segundos para que las redes sociales estallaran latigazos de ideología contra Ana Torroja . Dinero, elegancia y blasón están muy mal vistos por las redes, equivalen a supremacía, ventajismo, corrupción, facherío y pijismo…Hay que remontarse a la historia para atacar desde la ideología: «es un título franquista» -acusan-. ¿Y qué mérito le quita eso a un ciudadano ejemplar en cualquier época? ¿Tiene Ana que renunciar al título por que lo otorgó Franco? ¿Aceptarlo implica que la cantante es una deleznable franquista?.
Conviene recordar que un título nobiliario es un distinción honorífica que no otorga privilegio alguno más allá del derecho a usarlo y el deber de protegerlo. Un título nobiliario no implica paga ni beneficio fiscal alguno, es más, debe pagar importantes impuestos a la hora de trasmitirlo a sus descendientes.
Se puede estar de acuerdo o no, pero los errores de la historia no ofenden el presente, como mucho se soportan o lamentan; el pasado se puede recordar y aprender para no repetir errores, pero no se puede revivir (volver a vivir) en el presente. La historia no se puede cambiar pero tampoco olvidar. Pretender borrar la etapa franquista y tantas otras de nuestra historia aniquilando cualquier vestigio de las mismas, es un afán tan inútil como la quema de libros o la destrucción de monumentos que todos los totalitarismos han llevado a cabo a lo largo de la historia sin conseguir otro objetivo que destruir patrimonio.
También es verdad que en lo tocante a la aristocracia el pueblo llano guarda memoria de nuestro pasado feudal y como ocurría en aquella época, se respeta tanto como se envidia.
Ser marquesa de Torroja no supone más privilegio que sostener el recuerdo de su abuelo Don Eduardo, un ciudadano ejemplar que conviene no caiga en el olvido. Sin ideología alguna.
Así que mis felicitaciones a doña Ana de la que espero se sienta orgullosa, no vacile ante los insultos de las hienas sociales ni al vitriólico: «no finjas que no te gusta».
Mejor sería fingir que está encantada que suele salir más rentable.
Marquesa de Torroja