La Voz de Galicia
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Anda la gente revuelta con el fiasco Tanxugueiro y el miedo que dicen dan  las tetas. Parece increíble que con tantos difuntos víricos, la partida de Risk ucraniana, una inflación espumosa y Nadal haciendo historia, la mayoría de los artículos de opinión se rellenaran con tetas y tanxugueiras. Señal del interés que palpitaba en el ambiente.

Está todo dicho, destripado el asunto, se puede concluir que las Tanxugueiras han escrito una página relevante en la épica de la nación gallega y con respecto a las tetas seguimos igual de perplejos, atrapados en un mensaje paradójico paralizador. ¿Es miedo la emoción que provocan?¿O es otra cosa?.

Con permiso del colectivo que se pueda dar por aludido -que seguro que lo habrá- las tetas nos inquietan por que para el varón son una falta  igual que lo es el pene para la mujer. Esa atracción mítica del Banquete de Platón donde nos partieron en dos condenándonos  a buscar la otra mitad toda la vida. Atrae y asusta lo que falta porque nos completa.

El primer malestar que percibimos en la vida, el hambre, siempre lo aplaca una cálida y jugosa teta de mamá; ese placer primario es tal que a muchos les persigue toda la vida y cuando están ansiosos lloran el chupete, comen, beben o se muerden las uñas en busca de esa teta consoladora.

No, nos dan miedo las tetas, nos atraen mucho y además como en nuestra cultura normalmente se ocultan todavía nos atraen más y sus velos llegan a alcanzar la condición de fetiches.

Para la mujer son una parte de su cuerpo sin más aditamentos pero para el hombre u otra mujer homosexual pueden ser muchas cosas más capaces de dejarlos perplejos, hechizados en una fantasía y con cara de miedo abrasador.

El primer galardón que gané escribiendo en mi vida fue con un artículo titulado «La mujer y la media», patrocinado por una famosa fábrica de medias.

Me cayó la del pulpo y fui abucheado por mis amigas militantes del feminismo ochentero.

Reflexionaba sobre el significado simbólico de unas medias de mujer. Me perdía en metonimias, ponía en valor la intensidad que tienen los bordes del velo y la realidad (nada menos erótico que el desnudo integral).

Me abrasaron con cartas al director poniéndome a caldo y tapándome la boca con un enfurecido argumento: «as pernas son pra camiñar» o «no me ande no cebolo».

As pernas, las tetas, el trasero, la boca, la piel, las manos, los pies y cualquier recoveco corporal, tienen su funcionalidad pero, aparte de máquinas perfectas, somos humanos y todo puede adquirir un valor simbólico añadido que nada tiene que ver con correr o amamantar.

Es otra cosa