La Voz de Galicia
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Cruzados ya los sesenta nada hay más estimulante para el intelecto que descubrir cosas nuevas (aunque sean las más viejas, pero que nunca tuviste tiempo de ojear). Cuando además descubres que muchas certezas que te acompañaron toda la vida son falsas, el estímulo se hace estromboliano.

Pues bien, una de las certezas más convencidas con las que sermoneo a los amigos cuando me pongo pesado y reiterativo, es que nunca  escuché a nadie decir: «que mal me ha sentado el jamón» o «como me repite el jamón»; de lo cual se deduce que el jamón es un hecho logrado que gusta y sienta bien a todo el mundo. Suelo entrar en otras derivadas que rozan la pedantería cuando los amigos atienden, recitando las bondades nutricionales, inigualables y saludables del jamón, o acerca de su historia, las diferentes razas, texturas y otros aspectos que acaban con la paciencia del auditorio y el último cava.

Cenando con unos recién conocidos de trato amable, divertido y con buen sentido del humor (imprescindible a estas edades) uno confesó que no comía carne. ¿Porqué? razón no le faltaba: miembro de una familia trabajadora como la mayoría en aquella España de blanco y negro, su madre -que se dejaba la vida como limpiadora- no tenía tiempo de cocinar mucho y les daba filete empanado; tantos fueron los filetes que un día se rebeló juramentándose ante todos que nunca comería carne.

Ya de mozo, en unos análisis rutinarios le detectaron que estaba bajo de todo y mucho de algunas cosas; el médico le indicó que tenía que comer algo de carne, a lo que el acusado se acogió al derecho de no declarar y ser fiel al juramento.

El médico le volvió a interpelar y con buen ojo clínico le indicó: pues si no vas a comer carne, come aunque sea un poco de jamón. Y así lo hizo.

Momento de expectación máxima que suponía sería la prueba de cargo que verificaría la certeza de que el jamón es sobrenatural. ¿Y? – apremié – :»No me gusta», sentenció.

Décadas de certezas donde te has cobijado siempre, aparentemente incuestionables, piedras angulares que derrumban edificios mentales cuando caen. Sólo se podía responder con un torero : «Hay gente pa tó» o sorprendiéndote sin rencor y abrazar la relatividad de todo. Nada es en sí mismo, todo son interpretaciones.

Pude haber disparado un picassiano: «no te preocupes ya te gustará, ya», pero no vi yo a mi amigo con la facundia suficiente para lanzarse al jamón; y tampoco quise recurrir al enlatado de «la excepción confirma la regla».

Es época de grandes descubrimientos de este tipo que van a hacer tambalearse el edificio de la civilización.

Sin rencor y con jamón.