La Voz de Galicia
Seleccionar página

Por fin acabó este puente de  temporal carcelero, sin poder salir de casa ni escapar a ningún sitio y recibiendo la tercera banderilla de la vacuna en medio de la Inmaculada y tormentosa Concepción.

Enciendo la tele y dicen que ha aumentado un montón el número de ciudadanos que fueron a vacunarse, la reportera de turno pregunta a los de la cola y -los más talludos- dicen que iban porque cuando les llamaron no les venía bien (no me lo creo);  algunos indignados clamaban por que era una vergüenza que no hubiera vacunas ese día para ellos  (que fueron sin vez). Los más jóvenes contaban que lo habían dejado pero que ahora iban porque si no, no podrían salir de fiesta en Navidad (argumento contundente)

La familia del líder austríaco antivacunas fallecido hace unos dias de covid -tras pedir el alta voluntaria e irse a su casa a curar con enemas de lejía-, presenta una querella al hospital por dejarlo marchar (no quiero pensar lo que hubieran hecho si no le dejan).

Los porteros de discoteca dicen que tienen miedo de los jóvenes empoderados que las frecuentan. Los policías protestan porque quieren que reduzcan delincuentes a padres nuestros. Los hijos de la famocracia acumulan cientos de miles de fans en las redes enseñando sus carnes mayores de edad y silicona.

Mientras tanto, tres espoletas cargadas a punto de detonar que a nadie entretienen: Ucrania, Taiwan y el norte de África.

Apago la tele para no dañar más las coronarias y desafío una tregua meteorológica saliendo a caminar un poco. En la pista que circunda la casa encuentro dos bolsas de basura tiradas en la cuneta llenas de pañales sucios. Despotrico lo indecible mientras las llevo al contenedor (que está a menos de diez metros).

Las corredorias lucen un melancólico tapizado ocre húmedo de otoño. En medio de una espléndida carballeira resalta un inodoro, botes de cerveza, preservativos y varios envoltorios de bollería industrial (a menos de veinte metros de otro contenedor) .

Comienza una tenaz borraxeira y doy la vuelta mientras ensayo en silencio un Va’ pensiero, sull’ali dorate del Nabuco: Soy blanco, vivo en uno de los mejores países del mejor mundo posible, con educación y sanidad gratuita universal, con toda la información accesible en Internet, con salario mínimo, cobertura de paro y libre para pensar y decir  lo que quiera. Se supone que en estas condiciones vivo en un mundo civilizado. ¿Cómo es posible entonces tanta mala educación, tanta insolidaridad, tanta ignorancia, tanta falta de respeto por todo y para todos? ¿Tantos derechos sin obligación alguna?

No, si al final vamos a conjurar un Leviatán chino, ruso o comunista decimonónico y nos reventarán la fiesta.

No va más.