Hace cinco años -en el Ohio profundo- pocos conocían la existencia de una vecina de 19 años que desafiaba las leyes de la gravedad, la biodinámica, el equilibrio y el miedo.
Una niña afroamericana con cuerpo de caucho y voluntad de hierro, nacida en una familia desestructurada con una madre alcohólica y un padre adicto a todo tipo de sustancias que las abandonó; fue recogida por los servicios sociales y llevada junto a su hermana a un orfanato del que la rescatarían los abuelos maternos con los que se crió.
Acabó los estudios de secundaria y durante una excursión contempló un entrenamiento de gimnasia artística. Quedó fascinada y comenzó a soñar que si aprendía la técnica ella sería capaz de llegar mucho más alto, más lejos, mas fuerte, más rápida y más libre.
Ocho años más tarde de aquella revelación, Simone se había convertido en aquello que deseó con todas sus fuerzas y consagrado como la mejor gimnasta de todos los tiempos.
Simone es la única mujer capaz de hacer un Yurchenko – salto imposible para una mujer y la inmensa mayoría de los hombres- doble mortal carpado con medio giro de salida a dos metros de altura del potro.
La potencia de salto de Simone en los ejercicios de suelo supera también la masculina y realiza los ejercicios sobre la barra de equilibrios de diez centímetros de ancho, como si fuera de un metro: Un portento.
Conseguir ir más allá de lo humanamente posible no sólo requiere mucha técnica y muchas horas de entrenamiento, se necesita, sobre todo una cabeza especial y más aún si tienes que sobrevivir a los abusos de tu entrenador. Una cabeza que aparte de mucha voluntad y serenidad, tiene que disponer de una enorme capacidad de sacrificio, valor y perseverancia.
Ser Simone Beils también necesita una estructura física compatible con lo imposible y una genética extraordinaria, pero eso sólo no es suficiente. La clave para ser un prodigio hay que buscarla en la mente y la mente, sólo consigue lo irrealizable cuando duerme o cuando juega.
Mientras Simone jugaba era capaz de todo pero cuando todo un pais y el mundo entero te mira no puedes jugar. El juego se convierte en un deber, la espontaneidad se troca en responsabilidad y la alegría en exigencia.
Siendo niña la gimnasta ganó ocho oros mundiales consecutivos hoy, con veinticuatro años y vestida de laurel escribió: «Tenemos que proteger nuestra mente y no limitarnos a hacer lo que el mundo quiere que hagamos… me siento como si tuviera el peso del mundo sobre mi espalda».
Ese ha sido su mejor salto y la mejor lección para la familia olímpica convertida en un juego financiero.
Lágrimas negras.