La Voz de Galicia
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Hasta no hace mucho, una de las escenas que más temía era pasar una velada con amigos y que la noche se barajara de tal forma que acabaran poniéndote el vídeo de la boda. Que te enseñen el vídeo de la boda resulta siempre tedioso, largo y predecible en todas sus etapas. La peor: la parte de la comida, cuando parten la tarta, y el posterior bailongo. El bajón de después de la visualización es inevitable y es la mejor forma de que la velada también se venga abajo.
Nunca entendí el empeño de la gente en tenerte más de una hora viendo lo ya visto mil veces y la consecuente retahíla de comentarios redundantes y enlatados: lo mona que iba la novia, lo divertidos que estaban los amigos, la moña que llevaba fulano, lo joven que estaba mengano, etcétera.
Habitamos en tres espacios vitales: el íntimo, el privado y el público. Cada uno de ellos tiene sus contenidos adecuados, sus personajes y sus reglas de juego. El vídeo de la boda debería reservarse al ámbito íntimo y como mucho a un pequeñísimo círculo familiar privado, que es donde puede resultar un entretenimiento emocional. El horror empieza cuando el testimonio gráfico del evento se expande al espacio público o de amigos -no lo suficientemente íntimos- de una forma reiterativa.
Después de muchas sesiones de videoboda, uno acaba por desarrollar sus mecanismos de defensa y elabora soluciones para sortear la tortura. A veces, un comentario amable del tipo: «lo vemos otro día con más calma, que ya es muy tarde», o «no me hagas eso ahora que no estoy preparado para verme haciendo el ridículo», suele funcionar; pero si la insistencia llega al acorralamiento, solo queda la salida del «no, por favor, ahora no». Quedas como un borde, pero salvas el suplicio.
Pensaba que me había librado de esta amenaza, pero no. El efecto videoboda se ha expandido de forma exponencial con el advenimiento de los smartphones, de tal manera que no hay reunión de amigos en la que no desenfunden los artilugios y comience la sesión contemplativa de la vida en la pantalla. Tarde o temprano se inicia la procesión de las fotos del viaje, de los niños, de las novias, los vídeos espectaculares, los chistes verdes, las hazañas deportivas? La gente deja de mirarse a la cara y se miran a través del móvil, consiguiendo romper la comunicación, dispersar la atención y provocar el temible y soporífero efecto videoboda.
Hay cosas que es mejor que te las cuenten porque es la única manera de que te las puedas imaginar distintas. Muchas veces la imagen real solo sirve para romper el encanto de lo imposible.