La Voz de Galicia
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Palabra de cierta moda y uso renovado que María Moliner define como “la unión íntima o armónica de dos cosas”. Se utiliza últimamente mucho en relación con los vinos, las comidas, la música, los aromas…. La palabra maridaje ejerce una fascinación que —sin saber por qué— viste de cierta distinción a quien la usa.

Sería estupendo que esta moda fuese expresión del reencuentro con el placer y las ventajas que genera unir, “combinar” las cosas de forma exitosa. Sería una suerte que en esta sociedad líquida de Bauman, se estuvieran empezando a apreciar, no sólo las cosas bien hechas, sino el placer de crearlas, relacionarlas y disfrutarlas. Sería estupendo.
El cultivo de la afición a los buenos maridajes ayudaría, por ejemplo, a cerrar por fin el proceso autonómico o federal. Se invertiría esta tendencia centrífuga del “todo el mundo a su rincón” que padecemos en España, para pasar a experimentar el placer de maridajes exitosos tipo “comparto condado de Treviño con ayuntamiento de Guijuelo” o “marca registrada de la asociación marisco con cava”.
El muaré es una tela de seda que “hace aguas”. Se consigue trenzando hilos de varios colores que a la postre muestran un nuevo color cambiante, irisado, distinto a cada uno de los hilos utilizados en su confección. Del maridaje de esta España plural y soberbia surgen muarés del calibre del Barça o la selección nacional.
Cada autonomía pende de un hilo que si se trenza bien con los otros dibuja un muaré excepcional. Pero nos fallan los sastres y nos sobran querulantes que sean capaces de acertar con el muaré. Una lástima y un engorro.
La palabra maridaje tiene connotaciones de unión análogas a las de marido, matrimonio o emparejamiento, y en este ámbito del buen maridaje tampoco la realidad está para tirar cohetes. ¿Cuántas parejas conocen de las que afirmarían sin dudar que constituyen un maridaje exitoso?
La cocina de las relaciones de pareja puede ser de menú, de diseño o de comida rápida. La que más cansa es la de diseño y la que mas daño hace es la rápida. La de menú es la que más dura pero acaba siendo aburrida.
Conseguir un buen maridaje cocinando la relación es algo tan difícil que, quien lo consigue, no da jamás la receta, prueba inequívoca de que no tiene ni idea de cómo lo ha conseguido.
Para saber si uno ha conseguido un buen maridaje en su relación sólo es necesario responderse a unas preguntas: ¿Me divierto? ¿Me siento acompañado o con un mochilón de treinta kilos? ¿Renuncio más que gano? Y las respuestas son válidas tanto para la pareja como para las autonomías.
El prototipo de un feliz maridaje gastronómico son los llamados “matrimonios”, consistentes en una buena anchoa y un boquerón en vinagre. Los dos son lo mismo pero no son iguales, su combinación realza el sabor de ambos y proporciona un gusto nuevo. Algo así debería ser la aspiración en tantos otros ámbitos del vivir humano, es decir, elementos muy afines pero distintos que al combinarse enriquezcan a cada uno de los componentes.
Lo dicho, necesitamos cocineros buenos y creativos más que frailotes fundamentalistas que sólo encuentren placer en un ostracismo excluyente.

Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS)