La Voz de Galicia
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En una colina de paisaje toscano, habitaban los ciudadanos del pueblo de Catacras. Circundando el altozano, había otros pueblos con los que, cada cuatro años, llevaban a cabo una liguilla de fútbol que cubría de honores a quien la ganaba.
Aquel año Jacobeo, tocaba dirimir el gran juego y proclamar el nuevo pueblo ganador que lo habría de ser durante cuatro años.

Catacras eligió su entrenador democráticamente, todos los habitantes del pueblo pudieron expresar su opinión al respecto.
El más votado fue don Pantuflo, aunque lo otros cuatro candidatos también tuvieron simpatizantes.
El caso es que Pantuflo consiguió llegar a la final y se plantó a las puertas de la gloria. El día del partido, todos eran conscientes de estar ante el mayor reto al que se enfrentaba el pueblo.
Pantuflo dio a conocer su alineación y salió en la tele local dibujando sobre una pizarra verde el planteamiento del encuentro. Inmediatamente a su aparición pública, el resto de los candidatos comenzaron a polemizar acerca de si esas medidas eran las más acertadas o había otras estrategias posibles.
Unos cuestionaron lo injusto de que hubiese convocado a más muchachos de unos barrios que de otros, creando así un malestar que sin duda influiría en los participantes y la afición.
Algunos, sin embargo, encontraban el error en jugar cambiando de bandas y no venirse más al centro. Otros clamaban la necesidad de sustituir algunos jugadores nada mas comenzar la batalla.
Y el partido comenzó. Pantuflo desoyó todas las críticas y sugerencias y jugo por las bandas, con la mayoría de jugadores del barrio del Este y sin efectuar cambio alguno.
La selección de Catarcas se proclamó campeona del torneo con un fabuloso gol del más genial jugador del barrio de la Mancha.
Justo en el instante en que el capitán alzaba la copa, Pantuflo se despertó, se rascó la cabeza con la boca pastosa y tardó unos minutos en reconocer su estado de vigilia. De pronto tomó conciencia de la realidad y dio un brinco eléctrico en la cama sentándose con ojos de susto; de un manotazo retiró las sabanas y salió tropezando hacia la salita. Allí sacudió el diario Catacrasport y releyó absorto los titulares: “La falta de criterio y los bandazos de Pantuflo hunde al seleccionado”. “Los vecinos de la Mancha no permitirán a sus hijos acudir a la selección” y el más llamativo: Nos hundimos ante la mirada impotente de todos los candidatos”.
Los ciudadanos de Catacras sacaron todas las banderas a los balcones y engalanaron las farolas y los balcones del pueblo para recibir a sus héroes.
Pantuflo fue llamado a recepción por el presidente quien le recriminó su estrategia y le comunicó su inminente destitución como responsable del seleccionado.
Los entrenadores rivales esbozaron una sonrisa de ganador y se apresuraron a avanzar las nuevas líneas estratégicas del juego. Unos afirmaron que llevarían el torneo a ser un espectáculo único, suspendiendo cualquier otra actividad, incluidos los toros, que no hacían más que distraer a la afición.
Otros propusieron no jugar otro torneo que no fuera el de su barrio con jugadores oriundos.
Pantuflo compareció ante la audiencia agarrando el trofeo con su brazo derecho, defendió sus planteamientos y afirmó solemnemente que la victoria no había sido un sueño, que toda la algarabía formada no obedecía más que a una confabulación de los rivales, la prensa y los toreros. Todos estaban confundidos menos él.
El pueblo se fue de vacaciones sin saber a ciencia cierta si todo lo vivido era realidad o el simple producto del sueño de una noche de verano caluroso. Pero se fueron contentos.
Cosas del fútbol.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS)