La Voz de Galicia
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Acabo de llegar de un maravilloso viaje a la Toscana y desayuno agarrando por las solapas los periódicos que cuentan la noticia de la prohibición de las corridas de toros en mi tierra de origen. ¡Qué —¿soberana?— estupidez!
Es legal y deseable que un puñado de ciudadanos estampen su firma para pedir la prohibición de las corridas, están en su derecho. Pero de ahí a que esa minoría imponga su opinión a más  de siete millones de ciudadanos a los que ni siquiera se les consultó, media un trecho más que autoritario.
Qué imagen más lamentable la de unos políticos —que se supone representan al pueblo— tomando decisiones a su bola y tocando las narices al personal, que lo único que quiere es que le dejen vivir su vida sin intromisiones.
Ejerzo de catalán de pura cepa y en toda mi familia sólo hay una jovencita que se declara abiertamente anticorridas de toros, y somos un colla bastante amplia. Existen en la familia varias preferencias políticas —algunas de ellas opuestas—, pero para nosotros discrepar entre el gusto taurino, las preferencias  gastronómicas o futbolísticas es exactamente lo mismo, una cuestión de lección personal.
La legalidad de las corridas de toros no es una cuestión de los políticos, sino de los ciudadanos, que son quienes las aborrecen o las disfrutan. Muchos de los que han votado a CIU o al PSC, son aficionado de lustre torero y no creo que les haga ninguna gracia que sus “representantes” anden tocándole el tiempo libre en contra de su voluntad. No hace ninguna falta, no toca.
En estas cuestiones los políticos son un peligro. El diputado de turno pude representar una determinada ideología, pero no tiene por qué representar una afición, que es algo mucho más personal. Como si aprobaran una ley en la que todos los ciudadanos de Cataluña tengan que ser del Barça, un despropósito. Este tipo cuestiones son las que piden a gritos un referéndum que les aclare las ideas a los que votan  leyes así.
Referéndum: “Acción de someter a la aprobación pública por medio de una votación, algún aspecto importante del gobierno” (RAE). Eso es un referéndum, y los referendums valen sobre todo para cuando se quieren dictar leyes que tocan de forma directa a parcelas privadas del ciudadano.
Estas leyes las hacen los políticos para su propia estrategia personal —pasando ampliamente del respetable— con el único fin de afirmar una identidad nacional, no en positivo, sino en contra de los demás. Una postura típicamente adolescente que confío que pase pronto y no produzca un efecto de contagio en los demás ciudadanos nacionalistas.
Ir a los toros como ir a misa o comer pulpo, son elecciones personales en las que nada tienen que decir los políticos salvo que produzcan un daño social, que no es el caso.
Qué poca casta demuestran quienes buscando un reconocimiento de su cultura o defendiendo una singularidad, no lo saben hacer más que prohibiendo o ninguneando a los demás.
Me duele mi tierra cuando sus dirigentes se entretienen en pegar bajonazos a la gente en aras de dar la nota disonante. Qué lejos quedan estas actitudes de la algarabía de millones de personas que hace poco ondeaban con banderas el orgullo de pertenecer a un grupo en cuya diversidad hallaba su grandeza.
A todos estos políticos oportunistas de pantufla con senyera les recomendaría encarecidamente una visita al Museo de Arte Contemporáneo de Bilbao dónde actualmente se exhibe una magnifica exposición titulada Taurus. Quizás viendo lo que la tauromaquia representa para los Picasso, Goya, Botero, Romero de Torres, Benlliure, Soroya y muchos más tendrían una visión más amplia del acerbo cultural que acaban de prohibir por imposición de unos pocos.
Que la virgen de Monserrat les ilumine pronto antes de que sea tarde para recuperar la tolerancia y la grandeza de Cataluña.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario de Santiago (CHUS)