La Voz de Galicia
Seleccionar página

Se podría hacer una taxonomía humana distinguiendo las diferentes formas de despertar.
Hay  gentes con las que uno puede comer, cenar o desayunar y no todas son gratas en cada momento
El almuerzo es algo neutro al alcance de casi todo el mundo, se puede comer con  cualquiera, hasta con el enemigo.
La cena ya es otra cosa  y requiere de un cierto grado de intimidad; es más fácil que uno continúe una relación o se recoja de forma amistosa después de cenar que después de comer.
Finalmente, el desayuno es lo más sagrado en ámbito relacional. No se puede desayunar con cualquiera y mucho menos si el desayuno es el colofón de una jornada que comenzó el día anterior.
Una de las características definitorias del desayuno compartido estriba en el hecho de que el momento de abrir el ojo es uno de los más delicados que existen. No sólo por que el nivel de conciencia –y por tanto de censura– está muy bajo, sino porque es en ese momento del despertar dónde se puede desvelar la verdad del sujeto que tienes a tu lado.
Hay gente que despierta en gasolina y otra en diesel. Gente que despierta de buen humor y camastrones que gruñen ante cualquier estímulo. Los hay tipo alondra que salen volando del nido el y tipo búho que permanece inmutable parpadeando cansinamente.
Básicamente existen dos formas de recibir el día: estirándose con las cejas para arriba o  gruñendo con las cejas fruncidas.
Se les distingue bien porque los de las cejas para arriba suelen cantar en la ducha y prepararse un desayuno mínimamente digno; mientras que los otros bandean hasta el lavabo y precisan de varios cafés antes de poder dirigirles la palabra.
Los primeros te hacen o se dejan hacer arrumacos y los segundos guardan un silencio sepulcral modelo zombi  o dan coces y manotazos vengativos y descoordinados.  Se puede dormir bien y despertar mal y dormir mal despertando siempre bien.
Uno de los síntomas más frecuentes que nos alertan de que nuestro ánimo necesita un repaso, es despertar fatal. Despertarse y sentir que el mundo se te viene encima es síntoma casi obligado en los cuadros depresivos. En estos casos la querencia viene más por el lado de no despertar para no sufrir y no porque se quiera dormir más.
Por el contrario, los cuadros de euforia maníaca se caracterizan por la levedad del sueño y un despertar de cero a cien en cuestión de segundos.
Ni una cosa ni otra, me refiero a los despertares normales, los habituales en nosotros.
He conocido seres dulces y encantadores en vigilia que se trasforman en monstruos coléricos cuando despiertan. Y gente que es un dibujo animado inasequible  durante el día y que cuando despiertan son como koalas amorosos.
Lo verdaderamente raro en encontrar gente que despierte como vive. Que sea lento o rápido en ambos quehaceres.
Por eso resulta tan difícil despertarse con alguien que lo haga como fue durante el día. Sólo hay una situación en que eso es así.
Cuando estamos enamorados se produce un cataclismo hormonal de tal calibre, que permite acompasar mejor los despertares. El otro siempre es encantador aunque hable con lengua de serrín  y el dios Eolo haga sonar el viento. Nos despertamos los dos igual de contentos y nada nos molesta.
Pasado el tiempo en que el cataclismo hormonal es fisiológicamente insostenible aparece la realidad a la que, habitualmente, te tienes que adaptar. Y aparecen los desagrados.
Una de las discrepancias más frecuentes en las disputas de pareja consiste en si se duerme totalmente a oscuras o no. Los draculinos amantes de las tinieblas suelen ser muy intransigentes en este  asunto. Y a los alondra no les queda otro remedio que romper sus ritmos y despertarse cuando a Drácula le entre el hambre.
Los alondras, sin embargo, son insufribles para los modelo zombi, cafidiesel  y automático. Los pitidos de  la alondra haciendo vuelos rasantes por la  habitación se transforman en bramidos estridentes, y poder articular una palabra de auxilio se hace imposible . Estás sólo, con el alondra.
Nos preocupa mucho —y con razón— que nuestro partenaire de cama ronque cuando duerme, pero pocos caen en la cuenta de lo deteriorantes que pueden llegar a ser  sus despertares.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS)