La Voz de Galicia
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Bajé al bar del pueblo a ver el partido del Madrid con el Olimpic y me encontré al camarero futbolero jurando en arameo.
“Una cerveza con un pincho de ensaladilla”, le dije. “¿Cómo va el partido?”. Y me bufó: “¡Mierda pal TDT!”. A lo que siguió una catarata de palabras que explicaban cómo con el satélite podía ver todos los canales menos la TVG, y cómo ésta no se veía más que en forma de puzzle sin montar y cómo Kaká no acababa de coger la forma. Aparte de la solidaridad deportiva despertó en mí la solidaridad tecnófoba.
Últimamente —debe ser cosa de estos tiempos de cambio que vivimos— no me negarán que la llamada a tropa para ejecutar cambios globales no está empezando a ser un tanto fatigosa.
La experiencia rosmona en este tipo de ejercicios grupales me viene gracias a los cambios de hora que nos hacen hacer dos veces al año —de los que entiendo los motivos ,pero confieso que sólo cambio la del reloj de muñeca—.
Gracias a las modificaciones de la hora, hemos aprendido a disciplinarnos en grupo y todos a una. Y gracias a eso hemos podido hacer mudanzas portentosas en muy poco tiempo, como ocurrió con el cambio al euro.
La última de estas piruetas grupales ha sido el apagón analógico y la puesta en marcha de la TDT. Este cambio ha sido de un nivel superior, ya que aparte de cambiar, nos ha tocado el bolsillo, cosa que no ocurrió con la hora ni con el euro.
Personalmente no le noto tanta diferencia a la calidad de imagen, ni la magnitud de la oferta me acarrea más interés que cuando había UHF y VHF como única oferta.
Acepto que no tenga razón y que soy un rarito, pero lo que no acepto es que a dos semanas de quedarnos definitivamente sin señal, la mayor parte de los días tenga que ver la tele con imágenes picassianas cuando no, simplemente, no poder verla.
El secretario de Estado de Telecomunicaciones y para la Sociedad de la Información, Francisco Ros, advirtió en declaraciones a Europa Press que “quien no haya hecho los deberes”, tales como preparar la antena para la recepción de la señal digital o tener el decodificador, podrá quedarse sin ver la televisión hasta que se “conecte digitalmente”.
El camarero futbolero y yo hicimos los deberes como buenos ciudadanos y no pudimos ver el partido.
Algo intolerable, impropio de una sociedad avanzada. Es insufrible que te dejen sin tele habiendo hecho todos los ejercicios; alguien tendrá la responsabilidad de que las cosas no se hagan bien —arengué junto a mi colega de barra y cabreo a todos los parroquianos—.
Pero no dejó de ser un simple desahogo, porque ya se ve que estos cambios globales a fecha fija, sólo funcionan cuando se hacen por obligación, no hay más que ver el raquítico eco que tienen las propuestas de los días monográficos del tipo el día sin coches o el día sin tabaco. Está claro que para ciertas cosas, la libertad es un estorbo.
Y digo yo que visto el rigor y la disciplina con que somos capaces de hacer cosas al unísono cuando nos las presentan como impepinables y científicamente probadas —como pasó en el reciente montaje sobre la gripe A, el carné por puntos o la ley antitabaco— podrían plantearnos alguna vez ejercicios más jugosos o divertidos.
¿Que hay over booking de jamón ibérico? Pues tal día, nos comeremos todos una racioncita para arrimar el hombro e ir entrenando. ¿Que parece que escasea la energía? Pues el último día de mes entramos todos una hora más tarde a trabajar y vamos calentando para futuras consignas más incómodas.
Si Diógenes viviera, replicaría la anécdota de cuando Alejandro Magno se acercó al tonel donde vivía para ofrecerle todo tipo de riquezas y el cínico le contestó. “¡Apártate, que no me dejas ver el sol!”. Para nosotros, los del bar del pueblo, ésa sería la respuesta al conquistador tecnológico ofreciéndonos la TDT: “Apártate, que no me dejas ver el partido”.
Luis Ferrer y Balsebre es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS)