La Voz de Galicia
Seleccionar página

Se han parado a pensar cómo hemos pasado en menos de cinco años de estar encantados de habernos conocido a estar hechos unos zorros. De ser la octava potencia a ser la cenicienta europea. De ser una sociedad expansiva y arrogante a estar asustada e inhibida. ¿En qué quedamos? ¿Estamos tan mal como dicen o no?

La posibilidad de un conocimiento puro de la realidad —desde que Heisemberg lo demostró en su principio de incertidumbre— es imposible y deriva de la necesidad y la habilidad de los seres humanos para encontrar explicaciones a las cosas del mundo, incluso cuando son inexplicables, en un afán de creerlas verdaderas para tranquilizarnos. Federico Nietzche escribe: “Cuando no se tiene ninguna explicación, se escoge una que sabemos que es falsa, pero nos comportamos como si fuera verdadera porque eso nos tranquiliza”.
La verdad es la mentira de un embustero, sentenció Von Foerster.
Habrá que echar mano de la filosofía presocrática, la de los siete sabios de Atenas, y de los postulados del constructivismo de Paul Watzlawick para poder entender qué nos está pasando en casa.
Si la realidad es una construcción colectiva que hace que, una vez edificada, la gente se comporte coherentemente con esa realidad, habrá que dar por hecho que entre todos construimos la realidad de una España próspera, potente, moderna y avanzada; y que dicha ilusión nos hizo actuar como si fueramos tal cosa, dirigiendo nuestra conducta en base a la profecía autocumplida : “somos de los mejores”, propiciando así una de las etapas más boyantes de nuestra historia.
También sabemos que el ambiente es una variable insoslayable a la hora de mantener la estabilidad de esa realidad en la que habitamos, y que una alteración del mismo puede tener consecuencias imprevisibles, a veces catastróficas.
Algo pasó estos días que hizo que todo el equilibrio de esa realidad se fuera al tacho. Lo que pasó y porqué pasó es cuestión de economistas, pero lo que está pasando, las reacciones de nuestros dirigentes y de la sociedad, es más un tema de psicología que de otra disciplina.
No tenemos otra imagen que la que los demás nos devuelven. Toda identidad se construye en base a una interacción con el otro que, a modo de espejo, nos dice quién y cómo somos.
La realidad política de estos últimos años ha sido una habitación de espejos separados en la que cada grupo se ha replegado observándose únicamente entre los afines que les devolvían una imagen tranquilizadora de sí mismos y de su gestión. Cualquier asomo al espejo del otro ha sido tan rígidamente contestado con una imagen de desastre —con o sin necesidad de cordón sanitario—, que acabó con la descalificación a priori de cualquier posible verdad oculta tras esa imagen. Y así nos ha ido.
Ha sido el hecho de mirarnos en otro espejo fuera de casa —cumbre de Davo y acción de gracias— lo que nos ha convertido, como por arte de magia, de príncipes en ranas.
Esa imagen cruel de un gobierno pusilánime y a la deriva y una oposición obstruccionista e interesada, ha sido la piqueta que ha derrumbado nuestra realidad. La de todos, gobierno, oposición, agentes sociales y gente de a pie.
El encantamiento colectivo se ha desvanecido, de un día para otro, abriendo paso a la construcción de otra realidad mucho más resbaladiza que nos obliga a cambiar para poder estabilizarnos en ella.
Cuando uno mira a los ojos del peligro aparece el valor, cuado retira la mirada caemos en el pánico. Confiemos en que todos seamos capaces de sostener la mirada frente al nuevo espejo que se ha enfrentado a nuestras vidas y hagamos verdad aquel otro constructo doméstico de “la furia española”.
Aunque ya verán como habrá quien desde el principio sistémico de la resistencia al cambio, tratará de romper el espejo o de no mirarse en otro que no sea el de la coqueta del salón nacional, autonómico, municipal o sindical.
Haciendo caso omiso a los versos de Pessoa: soy como una estancia de innumerables espejos que distorsionan en falsos reflejos una única realidad que no está en ninguno y está en todos.
Y bondad del aforismo de Oscar Wilde: El verdadero misterio no es lo invisible, sino lo que se ve.
Algo así.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS).