La Voz de Galicia
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Una de las ventajas de vivir en una ciudad de provincias —que antiguo queda ya el término— es poder ir al cine de estreno sin demasiadas esperas y reservar una mesa en cualquier restaurante sin mucha demora.
Haciendo uso de este privilegio me fui a ver el fenómeno cinematográfico del momento: Avatar, de James Cameron.

Me gustó mucho. No sólo por el soporte tecnológico de las tres dimensiones, sino por la polisemia de su contenido. El trabajo de Cameron me recuerda el gran Stanley Kubrick. Ambos son autores que tocan diferentes géneros y lo hacen con obras memorables.
El tema futurista y de ciencia ficción —no sé por qué le llaman así, cuando la historia confirma que la ficción de hoy es la realidad de mañana— lo llevó Kubrick a la categoría de culto con 2001: Odisea en el espacio y Cameron a hecho lo propio con Avatar. En 2001 se enunciaba la metáfora de las computadoras todopoderosas alertando de sus peligros; en Avatar se plasma la metáfora ecologista que señala las consecuencias del ataque a la naturaleza. Pero, a mi juicio, tiene otras lecturas más profundas e interesantes.
Avatar es una obra visionaria de lo que en gran medida va a ser el hombre ¨por-venir¨. No creo que sea casualidad que Cameron haya elegido un título de algo que ya es una realidad embrionaria dentro del tercer entorno virtual como es Second Life.
El ser humano va a habitar cada vez más tiempo en el entorno virtual —ya hay quien lo hace—. La tecnología ha avanzado lo suficiente como para poder comenzar a sentir dentro de la realidad virtual; es sólo cuestión de tiempo que podamos enfundarnos un mono repleto de biochips, un casco de cuatro dimensiones y salgamos a la calle virtual como quien va al Carrefour, para meternos en la película que queramos. Cada vez estaremos más tiempo siendo un avatar que lo que realmente somos.
La exuberante selva en que se desarrolla la película y que recorre el espectador como si estuviera dentro de ella resulta que es real, se trata de los montes Huang situados en un rincón de China.
En cuanto podamos ponernos además de las gafas sensores de temperatura, humedad, olfato y tacto… no hará falta irse a la China para sentir la experiencia. Los ciudadanos de esa selva ya están queriendo cambiarle el nombre y llamarla Pandora —el nombre que tiene en la película— como reclamo turístico. Y no se equivocan, su selva será visitada, pero más como testimonio histórico que como experiencia.
Hay además en la película otra lectura. Tanto amor por la naturaleza quizás funcione —según opina Lipovetsky— como elemento sustitutivo de la erosionada confianza en el orden político y social del hombre posmoderno; expresa tanto la idea de responsabilidad respecto de la naturaleza como la irresponsabilidad respecto de los hombres; está en connivencia con el hecho de la indiferencia individualista que caracteriza a nuestra civilización.
Los seres fantásticos siempre han servido para exorcizar la incómoda relación de semejanza que el hombre experimenta en relación con los demás. Freud ya destacó la potencia de esta mezcla inquietante de lo familiar y lo extraño. Las relaciones del protagonista de la película con los Na´vis juega con la dificultad de distinguir entre sus características humanas y no humanas y, por extensión, con la angustia de no saber si nos hallamos ante un ser vivo o irreal, inanimado. Una especie de juego catártico en el que se saborea el miedo a no saber con quién tratamos, un viejo miedo que llevamos tatuado en nuestra amígdala cerebral.
El hecho de que nos encontremos tan a gusto y motivados por la madre naturaleza proviene de que ésta no tiene opinión sobre nosotros —Federico Nietzsche, dixit—.
Imagínense lo que puede suponer la posibilidad de ser nosotros quienes nos metamos en la cápsula del avatar y poder vivir un sin fin de vidas en las que los otros son tan de mentira como de verdad. Pero siempre con la posibilidad de apretar el botón y salir del hechizo. Una especie de mezcla entre el mundo feliz de Huxley y el orgasmetrón de Woody Allen…
Vayan haciéndose a la idea.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS).