La Voz de Galicia
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(Cuento para empezar una década).
Por primera vez en toda su vida pasó la noche de Reyes solo. Sin mujer, sin niños, sin amigos, sin regalos, rigurosamente solo. Tampoco preparó ninguna cena especial como llevaba haciendo en las últimas décadas ni tan siquiera se compró un roscón, su particular magdalena de Proust, su dulce preferido.

Ese año no había escrito carta alguna a los magos de Oriente ni esperaba otro regalo que poder superar la soledad de aquella noche mágica sin que el peso de las desilusiones le precipitase a un abismo vacío de fantasía. Por primera vez en su vida se sintió mayor.
Se preparó una lata de fabada y estuvo leyendo hasta bien entrada la noche. Cuando el sueño comenzó a vencerle se fue a la cama y encendió la manta eléctrica para combatir la humedad que llegaba del mar. Recién parida la madrugada se durmió abrazado a una congoja ambigua.
Serían las cuatro o las cinco cuando un ruido extraño le despertó. Afiló el oído para discriminar la procedencia del mismo y tras diez segundos de silencio se volvió a repetir, ahora sí, inequívocamente procedente del salón. Se levantó de la cama y —no sin temor— se dirigió hacia el salón.
Sentado en la butaca, un anciano pelirrojo vestido con levita y con cierto aire a Fernando Fernán Gómez husmeaba uno de sus libros.
¿Pero quién es usted? ¿Cómo ha entrado en mi casa? —murmuró enojado y temeroso—.
¿Quién quieres que sea, muchacho? Hoy es mi noche y, como siempre, he entrado por la ventana. ¿No te acuerdas de mí? Soy Gaspar, el de en medio de los Reyes magos, el que suele tener menos seguidores que Melchor y Baltasar. Tu rey… ¿No me recuerdas?
¡Pero qué demonios! Me ha debido sentar mal la fabada —bufó mientras se sentaba en el sofá frente al mago—.¿Cómo que es usted Gaspar?
Así es, chaval. El mismo que lleva más de cincuenta años recibiendo tu carta. ¿Se puede saber por qué este año no me has escrito? ¿Es que no tienes ningún deseo?
Los Reyes Magos no existen se dijo a sí mismo en voz alta, pero el anciano le volvió a interrumpir: ¿Qué estupideces son esas, pequeño? ¿A estas alturas dudas de mí?  ¿Quién crees que te trajo el fuerte, el Exin castillos, los recortables, la bici, el bolquetón payá, el Madelman, el jersey de cuello alto, las corbatas o los discos?—continuó el anciano sin tomar resuello— ¿Tus padres? ¿Tu mujer?, ¿eh?…. ¿Es por eso que no me has escrito? ¿Es porque ya no crees en mi?… ¡Demonio de chico!
No, no es eso, es que…. —comenzó a balbucear—….es que ya soy mayor, acertó a decir a modo de excusa.
¡Mayor! ¿Cuándo se hace uno mayor?¿Es que los mayores no tienen ilusiones? ¿Acaso te parezco yo mayor?…. No te confundas pequeño, no se te han acabado los deseos por que seas mayor; te has hecho mayor porque se han secado tus ilusiones.
Y ahora basta de cháchara, ¿tienes algo de comer o no?
Como la mirada perdida de un niño después de una riña, abrió la nevera, cogió una tableta de chocolate, la botella de aguardiente de hierbas y la puso en la mesita accesoria al lado del rey Gaspar; luego fue al lavadero y lleno un balde de agua que colocó cerca de la ventana para que el camello pudiera abrevar sin esfuerzo. Volvió a sentarse en el sofá sin dejar de mirar hipnotizado al anciano comiéndose el chocolate y apurando el chupito de licor.
Al acabar de comer, el rey se atusó los bigotes con un pañuelo de algodón inmaculado y sentenció: Bueno, ¿me vas a pedir algo o no? Tengo que seguir trabajando.
Tras una pausa incrédula tomó aire y se atrevió a decir: quiero una ilusión.
Ummmm. El rey mago se rascó la barba roja unos segundos, se levantó, se zambulló en las enormes alforjas que portaba el camello y tras unos segundos de búsqueda sacó un paquete pequeño, del tamaño de una bola de billar, envuelto en celofán fucsia. Lo dejó al pie de la ventana y con el pie en el estribo le dijo adiós con la mano enfundada en un guante de cabritilla.
Casi con miedo fue desnudando el paquete de sus abalorios hasta revelar su contenido: un huevo con un saquito de algo parecido a unas semillas de color azul cobalto y un papel de instrucciones.
Acompañado del dibujo correspondiente se indicaban los pasos y normas de uso: partir el huevo más o menos por la mitad, introducir las semillas en la tierra que hay en su interior, colocar cerca de una fuente de luz natural y regar todos los días con dos o tres lágrimas surgidas de la decepción y el desengaño . Al cabo de unos meses comenzarán a verse los primeros brotes verdes de una espléndida y nueva ilusión.
“Regalo de Gaspar para ti”, ponía en la etiqueta.

Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS)