La Voz de Galicia
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En estos tiempos de crisis en los que la vida se ha vuelto líquida, la política ramplona y los virus intratables, no saben cuánto hecho de menos la mirada narrativa de Francisco Umbral.
Umbral era un domador de palabras, una fotografía mental y literaria de la realidad que —dada su prolijidad— era más bien la película de nosotros mismos y de nuestro tiempo narrada en columna de última página. De su pluma han salido pensamientos de una claridad poética. He comprendido mucho mejor la vivencia del miedo a la vejez y la muerte o el erotismo leyendo a Umbral que estudiando sus bases biológicas.
Releyendo estos días Mortal y Rosa —una auténtica joya literaria— me he encontrado con la descripción de lo que mucha gente plantea en la consulta médica, sea explícitamente o camuflado tras síntomas físicos.
Uno de los malestares que más nos atormentan y por los que muchos se sienten necesitados de ayuda es el temor a envejecer. Pese a ser algo cotidiano nos sigue asustando cada vez que lo pensamos y a muchos les aterroriza tanto que no son capaces de dejar de pensar en ello.
Es difícil ayudar a alguien preso de estos miedos a salir de esa cárcel sin recurrir a la fe o la resignación que —como bien sabemos— son un don y como tal se tiene o no se tiene, y no es fácil adquirirlos en el mercado psicoterapéutico profano de ocasión.
Freud describió hace mucho tiempo el instinto de muerte que todos llevamos dentro y explicó con claridad meridiana los síntomas y conductas a través de los cuales se hace presente.
La neurofisiología ha desguazado y aislado todas las sustancias, hormonas y glándulas implicadas en el sentimiento de angustia, miedo e incertidumbre; pero el todo resulta ser mucho más complejo que la suma de sus partes y el lenguaje científico no acierta a describir los sentimientos con la claridad precisa.
A veces sentimos emociones que no se han vestido de palabras —hecho indispensable para poder pensar— y molestan y duelen sin saber bien cómo ni por qué.
Cuando podemos narrar literariamente un sentimiento se hace comprensible y asusta menos. Hasta se puede hablar de él con cierta sorna e incluso con humor como hace Paco Umbral.
“No existe la muerte. Sólo existe el muerto. El muerto vive, llega como un intruso, nos visita, y de pronto me sorprendo gestos de muerto, ademanes, caídas, renunciaciones de difunto. Ya lo sé y lo pienso. “Esto es cosa del muerto”, me digo… Cuando el muerto se ha posesionado de tus cosas, que la verdad es que no le hacen ninguna falta ni ninguna ilusión, pero que las codicia, entonces te mueres…..A mí me parece que somos dos: el vivo y el muerto; lo que pasa es que el muerto no hace acto de presencia hasta cierta edad. Aparece un día con motivo de una enfermedad, un pésame y ya se queda para siempre. Creíamos que se había ido, pero vuelve. Antes tenía temporadas de muerto. Ahora vive conmigo como realquilado…”. Caballero estable piden los anuncios de las pensiones. Bueno, pues el muerto es un caballero estable que se ha quedado a vivir en mis habitaciones interiores…Y escribo mucho para huir de él, pues a lo único que no ha aprendido el muerto es a escribir. Creo que no aprenderá nunca. Al muerto no le gusta que yo escriba… Uno se va acostumbrando a convivir con su cadáver. Es incómodo pero a todo se hace uno…Cuando ya has presentado tu muerto en sociedad, cuando lo llevas a todas partes, como un familiar incómodo, cuando ya todo el mundo sabe que eres tú y tu muerto, resulta que un día descubres en el retrete o en un taxi, que ya eres solo muerto, todo muerto, que el muerto te ha suplantado… En cualquier caso el muerto y yo estamos ahora en un momento de relaciones estables, como un matrimonio aburrido, estúpido e irremediable. Cuando pierdo algo, cuando me compro una camisa que no me gusta, cuando cojo un  libro malo que no me interesa, digo: “Esto es cosa del muerto”.
El muerto va mandando en mi vida y no sabe, el muy estúpido, que acabando conmigo, acaba con los dos…
Falta Paco Umbral.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Hospitalario de Santiago