La Voz de Galicia
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Los sastres son unos profesiónales venerables con perfumes literarios —desde el sastrecillo valiente al sastre de Panamá o el my Taylor is rich—. Estos días los sastres han saltado a la palestra por el tal José Tomás que, sin ser torero, ha dado unas largas cambiadas de corte y confección al ganado valenciano.

Es sabida la íntima relación de los sastres con los políticos, el legendario modisto italiano Angelo Litrico vistió a los Kennedy y a Nikita Kruschev; y Savile Row, la calle de la elegancia en Londres, ha sido frecuentada desde tiempo inmemorial _por la clase política británica.

A nosotros eso nos queda un poco lejos porque nuestros políticos visten mayoritariamente con ropa _de marca confeccionada. Los Armani de Duran i LLeida o los Tucci de Zaplana son elegantes pero no están cortados a medida y cosidos a mano como le corresponde a un buen sastre.

Mark Henderson, presidente de la asociación de sastres londinenses, afirmó hace poco: “Que nadie piense que un traje de 500 libras pueda estar hecho totalmente a mano. Una máquina no puede sustituir la experiencia, la calidad artesana y el quehacer experto”.

Al Club de Sastres español, le ha sentado mal que a José Tomás, se le considere del gremio cuando, según esta sociedad, sólo se trataría de un simple costurero. En una reciente_ entrevista en Levante-EMV, el presidente del club aseguraba que José Tomás “es un simple vendedor de trajes de confección que acorta mangas y sube dobladillos”.

Los sastres tienen muchas cosas en común con los políticos. Ambos trabajan por encargo, de ellos depende que te sientas a gusto y ambos pueden –si se equivocan– arruinarte el evento y la figura. Para conseguir un buen traje es necesario un trato estrecho entre sastre y cliente con una relación de confianza y fidelidad.

 Ahora que estamos en pleno proceso de corte y confección del nuevo Gobierno de Galicia, los que cortan el patrón deberían hablar mucho más con sus clientes para entender bien lo que les piden antes de pasar el jaboncillo y comenzar a cortar.

Un buen sastre debe saber cuando una prenda está bien cortada y cuando reclama un arreglo. Hay prendas que con un ajuste oportuno quedan estupendas y otras que si las andas retocando sientan fatal, tiran de las sisas o cargan para el otro lado.

De igual manera, los sastres de la política deberían saber que hay organizaciones —como los hospitales o la Enseñanza— a las que si les cambias el patrón cada dos por tres, las acabas arruinando.

El buen sastre como el buen político, tiene que saber respetar las hechuras del cliente porque si no lo hace acaba en el prêt-a-porter y perdiendo la clientela.

Muchos profesionales de la sanidad y la enseñanza estamos hartos de que cada poco tiempo nos propongan un sastre y un traje nuevo que nunca se acaba de terminar. Cuando los proyectos o los trajes se vuelven efímeros se acaba estando desnudo.

Es razonable coser un traje nuevo cada temporada, pero no lo es tanto cambiar de sastre cuatro veces al año.

Es insostenible que en cada legislatura, en cada cambio de gobierno o de titular responsable,se cambien los planes y proyectos estratégicos _de la Sanidad o de la Enseñanza. En el caso de los sastres lleva a una pérdida de confianza en el cliente, y en el caso de los responsables políticos es a la inversa, lleva a los profesionales a una desmotivación, incredulidad y desafección por el sistema que menoscaba la organización.

Sastres y gestores públicos deben ser profesionales a los que exigir una excelencia técnica y un buen acabado, y de no ser así —y sólo en ese caso— cambiarlos. Cualquier otro criterio es un riesgo que pagamos todos los clientes.

No es buena política para las cosas de importancia, cambiar buenos profesionales por ciento volando –aunque los que vuelan sean muy buenos, porque de seguir con este tipo de estrategias, ellos tampoco tendrán tiempo de acabar su proyecto ni se podrá juzgar su obra–.

Un sastre o un gestor nuevo cada temporada obliga a volver a conocer al cliente, tomar medidas, elegir _patrones, seleccionar telas…Eso lleva tiempo y si cuando se pone a trabajar lo cambian por otro que vuelve a empezar, no hay manera de disponer nunca de un buen traje ni de un buen proyecto al servicio de todos.

Quizás, esta calamidad que sufrimos tantos funcionarios y usuarios surja de la falta de claridad de ideas en los proyectos –algo así como _encargar un traje sin saber bien lo que uno quiere–, entonces es fácil confundir su desconcierto con la valía profesional del sastre, y aplicar criterios más políticos y menos elegantes.

Hablamos de sastres y desastres.