La Voz de Galicia
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Un año más el suelo se fue cubriendo con hojas y el frío se acurrucó en la ciudad que parecía un decorado de Willy Wilder en Qué bello es vivir.
El alcalde pronunció un discurso laico y entusiasta antes de apretar el botón que encendía los adornos luminosos preparados por la comisión de fiestas.
Mateo Pereira despertó con la cantinela de los niños de San Ildefonso y pensó en el menú de NocheBuena. En año de crisis, descartaba la presencia del marisco en su mesa. Quizás no estaría mal retomar la vieja tradición del bacalao con coliflor —pensó—.
Bajó a la calle embozado con una bufanda escocesa y un gorro de lana que había comprado de rebajas hacía ya más de un mes.
Llegó al centro comercial y se dirigió al expositor de los dulces navideños para comprar un kit básico de Navidad. Fue incapaz de encontrar el turrón de siempre y tuvo que solicitar la ayuda del dependiente, quien se lo descubrió sepultado entre cientos de sabores insólitos. “Llévese este de kiwi  con Malibú —le dijo— dicen que esta muy rico”. Tampoco encontró los almendrucos de toda la vida  y —por no volver a molestar— renunció a los rellenos de yogur y maracuyá. Finalmente se llevó un roscón de reyes metido en una caja con fecha de caducidad.
Al salir  decidió pasar por la Iglesia de San Benito para ver el Belén que año tras año ganaba el concurso de la asociación de vecinos. Se le hizo raro ver el nacimiento metido en una urna de cristal. “Es para que no nos roben al niño Jesús –le explicó el párroco— últimamente se roban muchos niños jesuses y , ya sabe, es mejor prevenir…” El caso es que la falta del olor a musgo y serrín le disgustó sobremanera y se entretuvo lo justo.
Mientras caminaba por la calle pensó que la iluminación de este año se parecía más a un parque de atracciones que a un adorno de navidad. Habían desaparecido los querubines con trompeta, las estrellas de oriente y los renos tirando carros de bombillas rojas; en su lugar destellaban olas marinas, modernas geometrías y un sinfín de símbolos desconocidos en estas fechas.
Este año, Mateo Pereira sólo recibió un christmas del ayuntamiento  con niños monigote parecidos a recortables haciendo de diadema sobre una bola del mundo. ¿Cuántos años hace que no recibo un christmas de Ferrandis? Ya se debió morir —pensó—.
La mañana de Reyes, Pereira se dispuso a dar un paseo matinal en busca del periódico y disfrutar viendo a los pequeños disfrutando de sus deseos recién satisfechos. Pero vio pocos niños. Su amigo Paco le aportó la explicación que había leído en una revista: es porque piden consolas y claro, están en casa; en el parque y en la calle no se juega a la consola.
Con una cierta sensación de destemporalización, Pereira se fue al bar dónde transcurría gran parte de su vida y se pidió un chocolate con roscón de reyes que sabía igual que el que había comprado en el  centro comercial —que por cierto, tienen unas figuritas que parecen pokemons—.
Conversando con Abel y Xurxo acerca de lo diferente que sentían la Navidad cada uno de ellos, tomó la palabra y sentenció: “para mí, esto no son navidades; no sé, estoy encuadrado en otro escenario, debo de haberme quedado en la misma pantalla, soy un Mario Bross uno que no acaba de cogerle el punto a la última versión”.
Abel apostilló: “Pues a mí me da lo mismo, yo con tal de que las cosas estén bien, me dan igual uvas con cava, que güisqui con chocolate. Se llevan bien y ya está. Unos días de descanso agotador, una pasta en regalos impensables y una acidez de estómago agradecida a tantos caldos paladeados. Luego están la luces, el decorado invernal… Se lleva bien”.
Los dos miraron a Xurxo esperando su aportación al eco grupal. Este se fue calentando hasta que tomó aire y bufó: “Pues a mí me gustan las cosas como son. La Navidad sembrada de Belenes, adornos y fantasía. O jugamos todos al mismo juego o la mitad le dirá a la otra mitad quienes son los Reyes antes de que llegue Papá Noel. Hay que proponer un referéndum para mantener o abolir la Navidad, pero hasta entonces, la barrera se que quita cuando sale el seis. No quiero comer shushi en Noche Buena ni carpaccio en Navidad. Me gusta que aunque sea una vez al año, mi gente se acuerde de mí. Prefiero la insoportable de mi cuñada al bono del spa para fin de año .Y el güisqui me gusta rodeado de humo y con muchas putas. Ya está. Soy lo peor.”
Pereira y Abel sacudieron la cabeza con ese peculiar bamboleo tolerante que acompaña al mensaje de lo políticamente incorrecto.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Universitario Hospitalario de Santiago