La Voz de Galicia
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Algo debemos estar haciendo mal cuando las últimas noticias acerca del número de abortos en mujeres menores de edad señalan una progresión geométrica —se han  multiplicado por cuatro en el último año—, aunque lo verdaderamente alarmante es la incapacidad de los adultos para poner coto a semejante extravío.
Como respuesta que vendría a paliar los embarazos y abortos adolescentes, se puso a disposición de las mismas la píldora del día después. Los hospitales y farmacias españolas despacharon casi un millón de estas píldoras en 2007. Esto significa que el uso de este dispositivo de emergencia —que sólo debería expedirse bajo prescripción médica— se ha triplicado en los últimos cinco años. La píldora del día después es un buen ejemplo de cómo la solución a un problema que es del orden de los límites, se pretende resolver con soluciones encaminadas a paliar las consecuencias de la pérdida de los mismos; lo cual  acaba convirtiéndose  en un problema añadido que emborrona aún más la percepción de esos mismos límites.
Estamos pretendiendo atajar el problema de los embarazos y abortos adolescentes planteándolo como una cuestión de información, cuando es evidente que es de otra índole. Algo parecido a lo que ocurre cuando se trata de resolver un problema sexual informando acerca de la anatomía de los órganos genitales, o un problema de circulación hablando de mecánica.
Se puede conocer a la perfección el funcionamiento del carburador, sin que ello sirva de nada para resolver la sangría de muertos en carretera. Para poder intervenir eficazmente en estos casos, es preciso remitirse a un código de circulación que defina cuales son las normas a respetar cuando uno conduce.
Los embarazos y abortos de adolescentes no se resolverán informando sólo sobre el funcionamiento de los órganos reproductores o de la técnica para colocarse un condón, sino estableciendo un código de conductas que señale las normas y los límites en las relaciones de tipo sexual.
El cerebro de un ser humano tarda aproximadamente 20 años en completar su maduración. Ocurre además que dicha maduración se establece de atrás adelante, es decir, maduran antes las zonas occipitales que las frontales. Ocurre que es precisamente el lóbulo frontal el que se ocupa de funciones tales como la planificación o la capacidad de valorar las consecuencias de nuestros actos. De ahí que el adolescente —por el mero hecho de serlo— sea un tipo impulsivo y con escasa capacidad de evaluación del riesgo. De ahí también la necesidad de que disponga de un referente claro acerca de dónde están los límites.
La posmodernidad ha cotizado a la baja todo tipo de códigos morales, éticos y sociales, dejando al individuo sin otros referentes que su propio deseo y capacidad de autocontrol. Aligerados de normas quedamos expuestos al acto desnudo, sin juicio de valor y aparentemente exento de responsabilidad.
El aumento de abortos en niñas de entre 14 y 16 años apunta no a una falta de información sino a una falta de códigos.
El acceso del niño a la misma información que los adultos propiciada por las nuevas tecnologías y la dejación por parte de esos adultos de la función —Umberto Eco dixit— de “terroristas semióticos” que actúen como filtro crítico de todos esos contenidos, ha propiciado una progresiva adultización del niño que acaba despojado de su juventud para pasar directamente al mundo del adulto con todos sus inconvenientes sin que nadie le advierta de las dificultades que ello conlleva.
El inicio de las relaciones sexuales en nuestro país se sitúa en una edad inferior a los 16 años, el inicio del consumo de bebidas alcoholicas en los 14. No se trata sólo de saber si algo es bueno o malo, perjudicial o no; se trata en estos casos de saber si es o no oportuno y cuando.
Los adolescentes necesitan tanto de información como de formación en códigos de conducta que les ayuden a manejar sus vidas en un mundo sin señales de stop, dirección prohibida o animales sueltos en la calzada.
Ignoro si en la polémica asignatura de Educación para la Ciudadanía se tocan estos temas, desconozco si el énfasis se pone más en los derechos que en los deberes. Pero sin algún tipo de código —sea moral, ético, religioso, laico o de cualquier tipo—, la información sin más carece de valor a la hora de modular conductas.
Lo demás es Hip-hop, tetas sin paraíso y vidas desgarradas.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Hospitalario de Santiago