La Voz de Galicia
Seleccionar página

Creo que era Mark Twain quien decía que un banquero es un señor que nos presta un paraguas cuando hace sol y nos lo pide cuando empieza a llover.
Escucho al primer ministro británico afirmar que, una vez soslayada la necesidad de inyectar dinero a mazo en el sistema financiero, es necesario una segunda fase en la cual será preciso reformarlo para protegernos del abuso y descontrol constatado en esta crisis y conseguir la confianza de la gente.
Confianza, con-fianza parece ser.
Es difícil para el ciudadano de a pie fiarse de nada que tenga que ver con los dimes y diretes de los Señores del Aire —estos nuevos señores feudales que dominan el mundo globalizado— porque lo mismo te venden hoy una Arcadia de bonanza y pleno empleo, que mañana te dicen que se ha ido todo al garete y que hay que arrimar el hombro. El séptimo de caballería pidiendo socorro a quienes tendría que proteger . Algo se nos escapa en todo este asunto de las altas finanzas.
Cómo pueden pedir confianza quienes manejando el mundo, actuaron como Faeton cuando Zeus le dejó conducir el carro del sol y acabó abrasando la tierra. ¿Por qué nos vamos a fiar ahora de los mismos que nos vendían ayer sus mercancías? ¿Por qué tenemos que comulgar con los mundos que ellos construyen a su antojo y en su beneficio?
Resulta inquietante pensar que tantos y tantos sesudos economistas, políticos y financieros no se dieran cuenta del abismo al que nos conducían. Esos mismos que ahora prometen soluciones trascendentales.
Me temo que la cuestión no está bien planteada.
El mundo occidental ha sufrido en menos de sesenta años tres cambios de estructura que han cambiado el mundo sin que nadie los vaticinara. Pasamos —tras la revolución del sesenta y ocho— de una sociedad en la que eran los mayores quienes dictaban las pautas de comportamiento y organización, a otra en la que los más jóvenes pasaron a imitar el modelo de los jóvenes que fraguaron la revolución de mayo.
Tras la caída del muro de Berlín, pasamos a otro tipo de estructura social en la que son los mayores quienes imitan la forma de vida de los jóvenes. Fue el boom de los yuppis, de los Jasps, de lo ligth, del lifthing….
Algunos pensábamos que la caída de las torres gemelas inauguraba un nuevo cambio, pero su desplome no fue nada comparado con el crack actual. Lo que vivimos en este momento va a suponer —ya lo están apuntando— un nuevo cambio estructural del mundo desarrollado, otro más.
Dicen que los psiquiatras somos unos médicos a los que nos da miedo la sangre y adivinamos el pasado —igual que los economistas pero más sucios—. Como psiquiatra no me toca hacer previsiones acerca del cómo nos va a afectar esta nueva revolución por-venir.
Lo que sí podemos constatar es que la caída de ideales de la posmodernidad ha generado una sociedad de síntomas maniacos, en la que todo ha ido deprisa, sin descanso, derrochando dinero, salud y vergüenza. Una sociedad individualista, insomne y exagerada en la que lo derechos se han manipulado para evitar los deberes. Una sociedad adicta, sin hora de cierre, enajenada y afecta de una bulimia consumista que la ha llevado a la ruina y la anorexia.
Hablo de síntomas sociales que son de un tipo lógico superior al del ciudadano de a pie quien —afortunadamente— sigue estando mayoritariamente sano a pesar del medio en que se desenvuelve.
No se puede desviar la trayectoria de la flecha cuando esta está en el aire —reza un proverbio Zen—, y lo que tenga que venir vendrá. La cuestión está en cómo podemos hacer para participar en la defensa de nuestra vida sin dejarlo siempre en manos de los mismos. Lo que hay que pedir no es confianza, sino todo lo contrario.
La desconfianza es lo único que puede poner obstáculos a la voracidad de algunos. ¨El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo¨ —escribía García Marquez—, se trata pues de que la mierda se la queden ellos y nosotros salvar el culo. Para eso hay que ser desconfiado.
Y si nos la vuelven a meter doblada, pues seguiremos recurriendo al infalible sistema de siempre que —paisano dixit— consiste en: cocido polo inverno e churrasco polo verán.

Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Hospitalario de Santiago