La Voz de Galicia
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Leo en la prensa que en el informe Money for nothing and checks for free: recent developments in US subprime mortgage markets, dos especialistas del FMI relatan la vertiginosa caída de la contratación de hipotecas solventes (prime) y el simultáneo ascenso de las hipotecas basura o subprime, que en Estados Unidos se conceden a personas de dudosa solvencia que piden dinero por más del 85% del valor del inmueble que quieren comprar y/o han de pagar una cuota de intereses superior al 55% de sus ingresos.
En conjunto, la contratación de estas hipotecas basura se ha multiplicado por doce entre 1999 y 2006. Es decir, en Estados Unidos casi la mitad de los créditos para la compra de vivienda contratados en durante 2006 eran hipotecas basura.
Visto lo visto, lo de la burbuja inmobiliaria —esa que creíamos domesticada—, en realidad era un jakuzzi que masajeaba el deseo tanto de los tiburones como de las sardinillas del mundo occidental.
El Monopoli de la vida en la sociedad posmoderna es así —sigue siendo así—: primero se fabrica y luego se induce la necesidad de lo fabricado. Estamos en una economía de la oferta y no de la demanda.
Esta lógica requiere —como señala Marina— provocar una bulimia consumista que nos convierta en sujetos deseantes y conscientes de nuestras carencias para luego obligar a que nos sintamos frustrados, envidiosos del vecino, inducidos a una torpe emulación inacabable y ofreciéndonos después una salida fácil a toda esta frustración: un crédito fácil para conseguir las cosas difíciles.
Los felices albores del siglo XXI han sido tan felices que no presagiaban nada bueno.
Se acabó la locura.
El estallido de la burbuja tiene maneras de hito histórico con un calado social mayor que el estruendo de la torres gemelas. Aquí lo que ha estallado es una forma de vida y de civilización.
Si para el Budismo la clave de la felicidad consiste en el desprendimiento de todo deseo, en el Occidente laico la felicidad se entiende al revés y, visto lo que se avecina, parece que estábamos equivocados.
El crack de estos días apunta a un cambio conductual globalizado, la gente volverá a asumir la saludable frustración de que no todo es posible y los tiburones tendrán que hacerse implantes dentales.
Quizás este sea el mecanismo de autorregulación cibernético necesario para volver al equilibrio mental y controlar los síntomas sociales.
La deriva consumista y la caída de ideales han hecho de la sociedad occidental una sociedad de rasgos maníacos y adictivos en la que el valor predominante del consumo —ya no somos ciudadanos, somos consumidores— nos ha obligado a patinar/consumir a toda velocidad para que no se quiebre el frágil suelo del bienestar.
Hipotecas basura, contratos basura, televisión basura, comida basura…la vida se esta convirtiendo en un enorme basurero —ya lo apuntaba Sigmud Bauman al dedicar parte de su pensamiento al problema que iban a generar los deshechos tanto humanos como materiales—.
Cuanto más consumo más basura, eso siempre es así. Cuanto menos grandes ideales más pequeños deseos, eso también.
Cuando el prestigio se consigue con dinero, fama y apariencias, la lógica de la cartera llena y la vida vacía se impone. Cuanto menos carencias, más necesidades. Cada vez menos el deseo puede controlarse a través de un ideal o de cualquier otro viejo mecanismo de contención social, sea ideológico, religioso o ético. El código ético ha sido sustituido por el código penal y el valor del esfuerzo y la paciencia por la inmediatez del crédito fácil —lo advertía Platón cuando hizo al deseo humano hijo de la Pobreza y la Riqueza—.
Spinoza afirmaba que la esencia del hombre es el deseo. La angustia surge cuando falta la falta inherente a la condición humana, es decir, cuando no nos falta de nada no vemos obligados a desear más allá de nuestras necesidades. Hemos pasado de desear lo que necesitamos a necesitar lo que deseamos, y en hacer de estos deseos necesidad es dónde ha anidado la lógica de nuestra vida y dónde se ha desarrollado la montaña de basura que ahora se nos viene encima como un Bens globalizado. Bienvenida sea si nos obliga a un cambio más razonable en el planteamiento de vida, la salud mental de la sociedad saldrá ganando.
En sánscrito deseo significa literalmente sed y si entre todos hemos cargado de sal nuestra existencia, ahora ha llegado el tiempo de guardar un régimen saludable. Lo agradecerá nuestra tensión y produciremos menos basuras.
No lo duden: no hay mal que por bien no venga.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Hospitalario de Santiago