La Voz de Galicia
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Ni el sabio de Hortaleza, ni zapatones ni el abuelo… Se me parece más a Panoramix.
Es cosa de magos el que llevemos toda la semana con el país henchido de un orgullo patrio que ya no recordábamos ni aquellos que fuimos educados en una permanente exaltación y grandeza de la Patria.
Es una poción mágica la que el veterano entrenador de la selección atesora y que fue capaz de dar alas al equipo español, que salía más entero en las segundas partes que al inicio del encuentro.
Los menudos Xavi y Villa
—nuestros Astérix particulares— fueron proclamados respectivamente mejor jugador y Pichichi del campeonato gracias a ella, y las más poderosas civilizaciones futboleras: Italia, Grecia y Alemania, fueron cayendo una a una.
Pero: ¿qué clase de bebedizo es ése capaz de obrar tales prodigios?
Luis Aragonés es un entrenador atípico en estos tiempos posmodernos. Lo es porque es mayor, porque está de vuelta de todo y se la trae al pairo lo que digan unos y otros, porque no hace anuncios de Emidio Tucci ni de Repsol, porque fue un grandísimo futbolista y porque asume su responsabilidad tanto en los éxitos como en los fracasos.
Esto último, lo de asumir responsabilidades, es algo de cultivo ecológico en nuestro tiempo y el detalle que diferencia a un adulto de un chiquillo.
Frente a la Felicidad estadística que decía Cortázar, Aragonés muestra La filosofía de la experiencia de Deleuze.
Un hombre responsable, sabio, discreto y libre, es el prototipo de lo que debe ser una autoridad bien entendida —la que viene de “autor”, el que ayuda a crecer, a desarrollarse— y por eso no me extraña en absoluto que nuestro Panoramix balompédico disponga de la poción mágica que le ha permitido obtener el éxito que a tantos otros se les negó.
No hay más que ver el afecto de sus jugadores para constatar el hecho de que, cuando se tiene a alguien sólido y respetado dirigiendo la orquesta las conductas se disciplinan, la seguridad aumenta y la melodía suena afinada.
¿No tuvieron la sensación de que los jugadores de esta España eran más jóvenes, más niños y más traviesos que nunca? y que se les veía más tranquilos, más sueltos y sin esa especie de aura de crack que suelen llevar puesta en la cabeza y los pies. Pues a eso me refiero.
En los equipos de fútbol de elite mandan más los jugadores que el entrenador, detalle acorde con la estructura social que vivimos y que la antropóloga Margaret Mead definió como pre-figurativa, es decir, una sociedad en la que los adultos copian y aprenden las maneras de los jóvenes. Aragonés, sin embargo, ha venido a trabajar con la selección desde una estructura ya caduca en nuestro tiempo, la post-figurativa, aquella en la que eran los adultos quienes marcaban las pautas de comportamiento a los jóvenes. Y parece que funcionó.
Esa poción mágica de Luis Aragonés se llama Autoridad con mayúsculas, y supone una posición desigual dentro de la relación. Frente al colegueo de igual a igual que exhiben los entrenadores figura como el alemán o el italiano con los jugadores, el anciano Panoramix se ubica en otra distancia que le permite cuidar y premiar a la vez que reñir y castigar, sin que nadie cuestione su autoridad. Luis Aragonés trata al equipo nacional como si fuera un equipo de alevines a quienes tanto hay que estirar de las orejas como defender a capa y espada.
El resultado es un grupo disciplinado capaz de plasmar en el campo todo el fútbol que el técnico lleva en la cabeza, que es mucho.
Pero la autoridad no la dan sólo los años, la dan los hechos, las coherencias, las obras y el saber. Si no se mezclan en igual proporción estos ingredientes no sale la poción.
Por eso no vale con ser mayor, ganar la Eurocopa o resistir todo tipo de críticas, presiones e injurias mediáticas. Además hay que dejar a Raúl en el banquillo, colgarle el teléfono a más de un periodista y sobre todo, lo que sólo los auténtico druidas son capaces de hacer: recoger los laureles y largarse a Constantinopla.