La Voz de Galicia
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Por Luis Ferrer i Balsebre

La cuestión del pisito tiene coña. Cuando se utiliza este diminutivo, el lugar suele estar adornado de amores prohibidos, farras memorables, o intensos sentimientos de ilusión y libertad del tipo: “Nos hemos comprado un pisito”, “me he pillado un pisito de soltero” o “le he puesto un pisito”.
El pisito es un asunto que suele traer complicaciones más tarde o más temprano. O se descubre el pastel o te lo embarga el banco o los amigos.
Vaya la que se ha armado con lo de la reforma del pisito del ministro Bermejo. ¡Qué escándalo!
Qué tontería. Si la indignación naciera del supuesto mal uso de los dineros de todos tendría un pase, pero como no nace de ahí, sino del sentimiento más profundo de todo esclavo que es el placer del desagravio, el cabreo tiene más enjundia.
Nos fastidia que el ministro se gaste una pasta en arreglar un pisito que también es nuestro aunque no lo vayamos a disfrutar —algo parecido a una multipropiedad en el Caribe—. Y se escucha decir: vaya bobo aprovechado que se gasta nuestro parné en poner jardineras de medio kilo y baños de maquael en la multipropiedad. Sin mi permiso. Si todos hicieramos lo mismo…. No, si se le veía venir.
Frases así se cazan todos los días a la hora del café.
Pero no sólo es el pueblo llano, la irritación también viene desde el flanco amigo —la anterior inquilina— que no puede tolerar que se ponga en solfa su honradez, ni tampoco lo mono que tenía el pisito antes de que él llegara. ¡Cómo hubiera podido ella vivir en un piso con las bajantes hechas polvo sin repararlas!
El mismísimo Zapatero declinó comentar el tema; estupefacto por un uso tan tonto del piso que le puso al señor Bermejo.
Al final superó su ministerial bronquitis aguda y habló explicando que un piso tan estupendo necesita reparaciones y que él no ha hecho más que pagar la factura de las mismas. Es una explicación razonable pero si la aceptamos, entonces es que se ha dejado timar como a un pardillo, lo que le hace poco fiable para la responsabilidad que ocupa.
¿Cómo no se dio cuenta de que cuando un fontanero sentencia la frase fatídica y engolada del: “Hay que sanear la instalación, están mal las bajantes”, te está amagando una puñalada de guante blanco que debes detener inmediatamente pidiendo el presupuesto antes de contratar? Si no lo ha hecho, es que va de sobrao, y eso tan poco es así.
Si por casualidad lo ha pedido y lo ha firmado sin mirar o sin darle importancia, entonces es sospechoso de que le importa un pimiento el detalle y que anda demasiado suelto. No es nada minucioso y la Justicia que dirige requiere —más que nada— de esa virtud.
Le habrá quedado muy bien pero no lo va a disfrutar nada, por que el mal rollo que le está dando este asunto va a impregnar todos los rincones, jardineras y bajantes de los doscientos y pico metros de vivienda super luxury.
Los pisos, como todos los espacios personales, son una proyección de uno mismo. Te puedes hacer la idea de cualquier persona, viendo como tiene construido su espacio.
Hay espacios informales, otros serios; otros de relación, otros de intimidad… Pero todos guardan una coherencia con la personalidad de su inquilino. Posibles a parte, no es lo mismo montarse el piso rebuscando calidad y precio en Ikea, que encargárselo al El Corte Inglés sin reparar en gastos.
Aunque puede haber una razón altruista en el comportamiento del señor ministro, que visto el parón de la construcción, haya podido querer contribuir a la causa gastando cuarenta kilos en la reforma.
Porque no vayamos a pensar que el dispendio haya venido de un sentimiento de poder que le ha cegado al punto de construirse un espacio acorde con su grandeza.
El caso es que Bermejo se puso el piso de lujo y en plan o que faga falta, el sabrá por qué.
Yo también.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Juan Canalejo