La Voz de Galicia
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Por Luis Ferrer i Balsebre

Tardé tiempo en reaccionar. Creo que a fuerza de tanto oírselo decir me había convencido de que realmente era inmortal.
Xaime Quessada era un tipo extraordinario en el sentido literal del término, un regalo fascinante para aquellos que tuvimos la suerte de disfrutar de su amistad.
No es mi intención hacer una glosa lacrimógena de Xaime ahora que no está, sólo quiero poner en el papel lo que me pasa en el alma cuando pierdo un amigo —me figuro que será lo que le pasa a todo el mundo—: un montón de imágenes acompañadas de una banda sonora de sentimientos.
Compartí con Quessada una etapa de ocho años en los que respiramos el mismo aire ourensano en Vilar Dastres; él, en Lucenza, su casa, y yo, a un par de laderas más al sur, en A Bouza.
Compartimos también muchas botellas de vino, latas de fabada Litoral, tertulia con el grupo Ailelelo, orgasmos imaginarios, asalto a las macroestructuras, bofetadas con los chicos del rock duro y la polla blanda, pecados de pasión y muchos momentos gloriosos de música, arte y locura. Lo pasamos muy bien.
Xaime era un cruce entre Adamo y Paco Rabal que se comportaba como un Picasso —de ahí las dos eses que introdujo en su apellido—, un hombre elegante, caótico, disperso, verborreico y genial. Quessada no tenía límites y cuando se los querían poner lanzaba su obra por encima de ellos y acababa colgado en prestigiosos museos y sedes políticas del mundo o en cárceles exóticas fumando grifa. Un cosmopolita enraizado que pintaba olivos rodeado de castaños. Personaje de novela que merodeaba entre Valle Inclán y Sandor Marei, ecléctico con todo y apasionado de todo con quien nunca sabías cuándo estaba de coña, o realmente se creía lo que te estaba contando.
Hacia y sabía de todo, no le atemorizaba escribir novelas llenas de fantasía y faltas de ortografía donde las camelias huelen y los mouchos son algo más que aves enigmáticas revoloteando sobre ninfas y peliqueiros. También se atrevía a presentar ponencias en reuniones científicas con títulos tan magnéticos como el de una memorable jornada de Psiquiatría, Psicoanálisis y Literatura en Trasalba: Putas, palanganeros o el orgasmo imaginario. Y todos lo escuchábamos deslumbrados sin saber muy bien qué era aquello que todos entendíamos y ninguno sabía entender.
Hablaba de los fenicios y el Renacimiento con la misma soltura que recitaba textos de Lacan y Derrida, te desvelaba las claves del tacto de la Venus del espejo o las maquinaciones más secretas de la generación Nós en la tertulia del Volter.
Xaime fue un ser invulnerable que se creía inmortal hasta que la muerte le salpicó en el pecho, no temía a la muerte porque no se la creía. Cuando perdió a su hijo descubrió que era verdad y empezó a tomársela en serio, entonces dejó de ser él y dejó de ser inmortal.
Solía decir que en el arte nada se supera pero hay muchos aspectos y facetas en la persona
y la obra de Xaime Quessada que tampoco nadie podrá superar. Se equivocaba, realmente era inmortal.
Así que una vez más: ¡Brindo contigo por las cucarachas rojas!

Luis Ferrer i Balsebre es jefe de la Unidad de Psiquiatría del hospital Juan Canalejo de A Coruña