La Voz de Galicia
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Por Luis Ferrer i Balsebre

Dentro del bombardeo continuo de anuncios mentecatos al que nos someten los medios de comunicación, me sorprendió ver el otro día un spot del Gadis francamente bueno. Para quienes no lo hayan visto, se trata de una caricatura de los tópicos gallegos en un tono de humor inteligente, que bien podría haber firmado don Álvaro Cunqueiro. Utiliza la parodia de lo gallego para engrandecer aún más a este pueblo capaz de reírse de sí mismo, algo que en Galicia se exhibe poco. Toda una joya para la salud mental y todo un signo de orgullo nativo.
Entre los rasgos que destaca el spot, hay uno que me pareció especialmente divertido. Aquel de que: “Los gallegos no son feos, son riquiños”.
El término riquiño es espléndido, un adjetivo puramente galaico que presenta todos los rasgos de ambigüedad propias del gallego. Es un vocablo polisémico y amable que define una relación de cierta ternura con el receptor del epíteto. Es un halago lleno de matices.
Se dice de alguien que “es riquiño” cuando no acierta a conseguir la categoría de tío o tía buena, de hecho aquellos a quienes se les tilda de tal, se les quiere mucho, pero no se comen nunca una rosca. Se dice que es riquiño aquello que resulta amoroso sin llegar a ser apasionante. Riquiño es lo que no siendo extraordinario es atractivo.
Riquiño es uno de esos atractores semánticos que conjugan multitud de significados, igual que el carallo o la trapallada.
Entender una cosa u otra cuando a alguien o algo se le identifica como riquiño, es siempre —como buen término galaico— un según o un que quere que lle diga…
En cualquier caso, es un acierto indudable que se venda una marca gallega con un anuncio que a cualquier gallego le va arrancar una sonrisa y a ninguno va a dejar indiferente. Y pergeñando este artículo me entero en directo del fallecimiento de Juan Antonio Cebrián, director de otra joya de la comunicación que es el programa de La rosa de los Vientos.
Llevo quince años escuchando su programa a horas intempestivas todos los fines de semana y al oír la noticia, he notado ese arrepío que sólo se siente cuando uno pierde algo realmente apreciado.
La Rosa de los Vientos, junto con Clásicos populares, son dos actos logrados de la comunicación radiofónica, dos reliquias vivas de lo que es un programa de interés para el público. Una prueba irrefutable de que no hay contenidos aburridos si quien los tiene que contar es un maestro.
El Cebri era un maestro de cuarenta y un años capaz de atraparte la atención durante horas contando la batalla de Waterloo o la estructura del Pentágono; eso sí, siempre en ese tono inteligente, culto e interesante, imprescindible para sobrevivir modas y llegar a ser un clásico.
Los rosaventistas estamos consternados porque reponer a Cebrián es imposible. Aunque otros toquen la misma melodía, ninguno la podrá interpretar como él.
Es lo que pasa cuando se va la gente genial, interesante, entrañable y riquiña.

Luis Ferrer es jefe del Servicio
de Psiquiatría del Complejo
Hospitalario Juan Canalejo