La Voz de Galicia
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Por Luis Ferrer i Balsebre

Ingrid es la novia del Capitán Trueno, me permito tomar su nombre para nombrar un tipo de mujer que últimamente se ve con frecuencia en las consultas psi.
Se trata de chicas jóvenes que salen con uno de tantos chavalotes que pueblan nuestros bares y a quienes lo que más les motiva a la hora de divertirse, es salir con los amigos a cocerse como piojos en alcohol, cocaína y demás drogas usuales hasta bien entrado el amanecer. Finalizado el vuelo, regresan al sarcófago de Reig Martí para dormir la mona todo el día siguiente.
Para ellos el plan puede tener su atractivo —los hombres siempre han sentido pasión por el alcohol y las broncas—. Para la chica, sin embargo, la diversión no suele pasar de la contemplación asombrada de cómo los hombres pueden divertirse de una forma tan insolente; algunas llegan a integrarse perfectamente asumiendo el rol de amazona urbana y participan en la divertida carrera del coma etílico; otras optan simplemente por sobornarse al beneficio de ser la chica del Capitán Trueno —algo fascinante para una adolescente—, sin entrar en luchas y resignándose al papel de acompañante pasiva y descanso del guerrero.
Sentirse la chica del superhéroe es como ser la camarera de una partida de póker mafioso en Detroit. Aunque estés de adorno, la cómplice dureza del amo las hace sentir importantes.
Es por eso que estas Sigrids de la vida aguantan brindis, broncas y babas, con una presencia de ánimo sorprendente, convencidas de que aquello es lo que hay, y de que si quieres ser princesa, te toca acostar y pagar las multas del ídolo.
Sufren miedo, celos, humillaciones, resacas y tardan en darse cuenta de que su malestar se debe al profundo aburrimiento que produce la monótona diversión de su héroe. Poco a poco comienzan a desfallecer y a sentirse irritables, tristes y desilusionadas. Algunas se atreven a pedir ayuda.
Y el Capitán Trueno ni se entera ni quiere enterarse, porque bastante tiene él con recuperarse de la última tajada de alcohol duro y sexo blando.
Hace pocos días una chiquilla de diecisiete años me contaba una historia así y , al preguntarle qué era lo que le gustaba a ella, me contestaba que viajar, visitar monumentos y pasear por la playa.
Tras dos años de relación con el Equipo A consiguió que fueran de viaje a Asturias —se supone que a hacer lo que a ella le gustaba— pero la cosa acabó con un ciego de canutos y alcohol en una sidrería y acostando al Capitán, Goliat y Crispín, dos en la cama, y otro en la moqueta. Ahí se derrumbó y Sigrid regresó al reino de Thule con el corazón partido entre su amor por el Capitán Trueno y el desprecio por sus aventuras. Renunciar a él o renunciar a sí misma, esa es la angustia que atormenta a estas Sigrids adolescentes.
Más del 90% de la población reclusa es masculina, la tasa de alcoholismo es de tres a una, lo mismo pasa con el fracaso escolar y con múltiples enfermedades dependientes del hábito de vida. ¿Será una cuestión de hormonas? ¿De anatomía cerebral o de ausencia de Edipo? ¿Quizá el factor cultural, la educación? Los científicos no se ponen de acuerdo.
Lo cierto es que algo pasa que marca serias diferencias a la hora de entender la vida por parte de unos y de otras.
El riesgo está en que esta especie de fascinación colectiva por el colocón como ocio generalizado acabe en una igualdad formal de géneros, es decir, todos hombres.
Dios nos coja colocados.

Luis Ferrer es jefe del Servicio
de Psiquiatría del Complexo
Hospitalario Juan Canalejo