La Voz de Galicia
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Por Luis Ferrer i Balsebre

La fatalidad del azar hizo que el mismo día se fueran Paco Umbral y Antonio Puerta. La casualidad se llevó a dos personajes diametralmente distintos y con una sola cosa en común: morir al mismo tiempo. Puerta sucumbió a una errata biológica y Paco Umbral a la metáfora de su vida.
Antonio Puerta llevaba un fallo en el motor insoslayable para correr en la Champions League, y acabó reventando. Se le ha despedido como a los antiguos héroes olímpicos, con el pueblo llorando a sus pies y el poder reconociendo su gloria; todos, hasta sus adversarios, lo han halagado.
Era un tipo fibroso y estrecho con una subida por la banda izquierda palpitante y un bebé a punto de nacer. Un coraje capaz de sobreponerse (ponerse por encima) del primer hachazo y marcharse andando y maldiciendo al vestuario. Un deportista admirable.
Antonio era andaluz y la gente andaluza llora y agasaja como nadie a sus muertos. Son gente curtida en mil procesiones y festejos, y saben despedir a la gente como se merece.
Antonio Puerta se despidió rodeado de trofeos y admiradores: Cinco copas importantes, la gloria de la selección nacional y el honor de haber pertenecido al mejor Sevilla de la historia. Descanse en Paz y no se olviden de la viuda.
Umbral, sin embargo, era un domador de palabras al que muchos reconocen como el Góngora del siglo XX. Un verdadero genio de la escritura. Una fotografía mental y literaria de la realidad que —dada su prolijidad— era más bien la película de nuestro tiempo narrada en columna de última página. De su pluma han salido versos y prosas de una belleza insolente y, de su personaje, sapos y culebras irritadas.
Despertaba tanta antipatía como admiración y envidia entre la gente de la cultura. Era insolente, altivo, maleducado, incorrecto, miope y genial. Retorcía hasta tal punto el lenguaje que apenas se le pudo traducir a otras lenguas. Le gustaban los gatos, Madrid y el Viagra.
Sólo reconocía cierta autoridad a sus dos amigos Miguel Delibes y Camilo José Cela. En lo literario eran Valle Inclán, Proust, Oscar Wilde y Alejo Carpentier quienes le imponían algo respeto.
Francisco Pérez Martínez —así se llamaba de verdad— nació sin padre y se quedó sin hijo. Dos pérdidas cardinales que hacen comprensibles los rasgos de su carácter: la ironía, la antipatía, el histrionismo depresivo, la ira, el humor patibulario y la enternecedora sensibilidad, (soy de los que reconozco que su obra Mortal y Rosa es uno de los textos que más me han conmovido). Las columnas de Umbral han sostenido la historia de El Norte de Castilla, El País, ABC —que genial aquella de “la Grapa” para definir la singularidad de este diario— y El Mundo.
Umbral ganó muchos trofeos pero distintos a los futbolísticos. El Cervantes, El Príncipe de Asturias o el Nacional de las letras lo son, pero en estos trofeos hay jurado y éste nunca le convocó para jugar la final. Para sillón de la Academia llevaron a José Luis Sampedro y no le seleccionaron para el Nobel. Y eso que lo apadrinaron tres de los mejores escritores del siglo: Cela, Delibes y Areilza.
Umbral tuvo éxito pero no pudo alcanzar la única gloria que le habría cambiado el carácter. Siempre lo vencieron en el último momento, siempre se cruzó alguien que le desposeyó de los laureles dorados del presente.
Hasta la gloria de su muerte callada, castellana y sin televisión, se la robó un chaval de Sevilla.
¡Qué gran columna hubiera escrito!
Descanse en Paz, y que el futuro le otorgue la ovación merecida que el fútbol le arrebató.

Luis Ferrer es jefe del Servicio
de Psiquiatría del Complexo
Hospitalario Juan Canalejo