La Voz de Galicia
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Por Luis Ferrer i Balsebre

Hubo un silencio impenetrable antes de abrirlo.
Acarició el móvil y con la mirada hechizada, pulsó el menú “Últimas llamadas”. Había dos llamadas recibidas y dos enviadas; en las enviadas figuraba el número de su casa y en las recibidas, su nombre: Alicia Subirach.
Arrojó el bolso como un corredor de maratón llegando a la meta. Sentada al borde de la cama desabotonó la chaquetilla de algodón gris y se quitó la camiseta, se dejó caer luego de espaldas para desenroscar con dificultad los vaqueros hasta lograr arrancarlos del todo. Se deshizo de la ropa interior y entró en la ducha con avidez.
Nunca se había sentido tan humillada como hoy con el baboso del señor Pereiro. Algo tendría que hacer para pararle los pies, quizás mandarle un mensaje a su señora u otra estrategia semejante servirían para desactivar a esa especie de mandril apoderado en la sucursal número cuatro de la caja de ahorros. El próximo comentario acerca de su culo sería el último, le advirtió.
Al salir del banco se fue a tomar un café con Mercedes, aún a pesar del retraso había merecido la pena sólo por consolarla viendo lo abatida que estaba después de que Mobynick —su amante virtual—, había desaparecido de la red sin dejar rastro. Alicia la entendía muy bien y supo consolarla porque, perder una pareja virtual era un contratiempo tan desagradable como perder el móvil, y ella lo perdía a menudo.
Se secó por encima con la toalla y se puso el albornoz, removió en el bolso, cogió unos pañuelos y acabó de desmaquillarse con el pelo todavía húmedo. No tenía demasiado apetito, así que con un yogurt de cereales y una fruta ya cenó. Andrés se retrasaba, la vencía el sueño y decidió enviarle un mensaje de “ya hablaremos mañana” antes de marcharse a dormir. Fue de nuevo al bolso para coger el móvil pero no lo encontró.
Repaso mentalmente todo el recorrido que había hecho desde la oficina a casa y no recordaba haberlo utilizado en ningún momento. Se puso el chándal y bajó al garaje para comprobar si pudiera habérsele caído en el coche. Allí tampoco estaba.
De pronto comenzó a notar palpitaciones y una extraña sensación de mareo e irrealidad. Perder de nuevo el móvil era como perder algo íntimo y personal.
Repitió varias veces todo el recorrido pero no apareció, así que recurrió al truco de llamar desde el fijo para comprobar si podía oír el sonido en algún lugar oculto. Tras el tono de llamada dejó el auricular en la mesilla de noche y comenzó a moverse por toda la casa olfateando sonidos como un tekel de pelo duro. Después de diez tonos, no había escuchado nada y la comunicación se cortó. Volvió a marcar de nuevo y nada más dar la primera señal descolgaron. Una voz femenina interpeló:
–Sí. ¿dígame?
–¿Hola?¿Quien eres?, contestó Alicia.
–Yo soy Alicia. ¿Por quien pregunta?
–Me he debido equivocar, estoy llamando al número….
–¡Sí! Es éste ¿por quién pregunta?
–Disculpe pero es que he perdido el móvil y estaba intentando encontrarlo llamando a mi número. Estoy nerviosa y habré marcado mal.
Algo confusa, Alicia volvió a marcar de nuevo, esta vez con especial atención.
–Sí. ¿dígame? –Contestó la misma voz.
–Perdone, pero creo que he vuelto a equivocarme ¿Acabo de llamar a este número, verdad?
–Sí. Pero ¿usted por quien pregunta?
–Por Alicia Subirach, ¿estoy llamando al número de Alicia Subirach?
–Sí, Alicia Subirach soy yo ¿Usted quién es?
Alicia quedó desarmada unos segundos pero finalmente contestó.
–¿Cómo que es usted Alicia Subirach? ¿Quien le ha dicho mi nombre y qué hace usted con mi móvil?
–Oiga, estaba a punto de meterme en la cama, no sé de que me habla pero estoy empezando a hartarme así que deje de molestar, contesto la voz enojada.
–Un momento, gritó Alicia. ¿Cómo sabe mi nombre?
–¿Qué nombre?
–Alicia Subirach ¿Cómo lo sabe?
Sonaron dos resoplidos al otro lado del auricular y la voz sentenció enérgica antes de colgar.
–Mire, no se de que me habla. Yo soy Alicia Saubirach, tengo treinta y seis años, trabajo honradamente en un banco y tengo este número desde hace diez. No me dedico a recoger los teléfonos de nadie ¿Está claro?
Alicia se sintió confundida y suplicó más que contestar:
–Pero usted tiene mi móvil ¿de dónde lo ha sacado? ¿Ha estado usted hoy en la calle del Hórreo?
–Pues claro —contestó— trabajo allí, hoy he tomado café en esa calle. ¿Cómo lo sabe?
–¿Has tomado café con Mercedes?, balbuceó Alicia
–Sí.
Hubo un silencio impenetrable antes de colgar.