La Voz de Galicia
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¿Está el mercado? Que se ponga

Se me ocurren dos candidatos para armar un relato a partir del atribulado personaje de la foto. El primero es el escritor y periodista Tom Wolfe, pirómano de las vanidades. El segundo es Gila, inmortal gamberro del surrealismo.
Gila comienza su relato poniéndose un mandilón como el que llevan los brokers, parecido al que lucen los tratantes de ganado de Arzúa, solo que lleva bordados patrióticos y desprende un hedor diferente; el dinero fácil no transpira, pero también apesta. Coge el teléfono: «¿Está Obama?». Le da sus calificaciones. Son bajas, como las del chamaquito enamorado de la niña de la mochila azul. Parece ser que Obama tiene que devolver firmado el boletín con las notas. Firmado por los republicanos. No vale falsificar la firma de papá, como en el cole. A continuación llama a Bernanke a la Reserva Federal para pedir más papel moneda; que en la última remesa … Seguir leyendo

Hockney y el octavo pasajero

En una piscina también chapotea el arte. Brian Ferry se paseaba por su borde con un esmoking blanco y lo hacía, prácticamente, caminando sobre las aguas. El pintor David Hockney, otro apóstol del dandismo, usó la piscina como motivo para una serie. Tan a gusto estaba que pronto se desmarcó de la escuela de Londres para abandonarse al hedonismo y a la pachorra californiana. Debió pensar que el desgarro y el sufrimiento exhibicionista ya estaban cogidos. Bacon y Lucian Freud cultivaban el negociado del tormento, algo que le priva a la alta burguesía. Algunos ricos aún creen en el mito de la bohemia, al calor de su dinero revolotean las artistas. Pero Hockney insiste en pintar escenas amables; aunque si rascas, sus apacibles retratos ocultan secretos de familia. Cuando Hockney, liberado de la temática de la angustia pinta El gran chapuzón, no pretende una solución naturalista. Atento a lo … Seguir leyendo

Nobleza baturra

Cuando la tele era en blanco y negro, había un programa, precursor de OT, que se llamaba Gente Joven. En su apartado de baile regional siempre ganaba el grupo aragonés Nobleza Baturra. Yo era un niño, ajeno a cualquier idea vernácula. Aquello me parecía un rollo y solo quería que salieran los Jackson Five. La caspa era el gran ingrediente del menú de la época, y no me refiero a Nobleza Baturra, que hoy sigue vigente y era lo más auténtico de aquella macedonia de variedades, sino a eso que llamaban canción ligera y cuya ligereza se ha revelado bastante plomiza: hoy persiste con contumacia en los productos de la factoría que nos dio a Bisbal y a sus lacerantes sucedáneos. Mi desapego hacia los coros y danzas no era culpa mía. En aquellos días, los últimos del tardofranquismo, el folclore aún era algo pintoresco, más … Seguir leyendo

El tálamo ambulante

Cuando John Wayne en El hombre tranquilo fundaba vida en un pequeño pueblecito irlandés, mandó que le trajeran sus pertenencias en un carromato, a modo de camión de mudanzas. En el pescante se sentaba el pintoresco Michaleen Flynn, que además ejercía de delirante alcahuete y muñidor de intrigas, cuando lograba separarse del grifo de cerveza negra al que se amorraba amorosamente en la taberna. En la caja del carromato viajaba una enorme cama, lo bastante grande para estibar la talla de su propietario. Maureen O´Hara, melena flamígera al viento, no podía evitar sonrojarse ante el imponente cabecero, de madera maciza, que anunciaba el fértil escenario del débito conyugal. En su cara estaba contenida una de esas sugerentes elipsis que el cine clásico lograba sin la explicita fanfarria exhibicionista del cine de ahora. En el cine de ahora, hasta los técnicos de sonido podrían lograr un Oscar por la elocuente sinceridad … Seguir leyendo

«Polbo» de hormigón

Una de esas paradojas, que nos hacen ser lo que somos, es la que dice que el mejor pulpo se come en el interior. En Melide, cerne de Galicia, el pulpo se comía en Casa Ezequiel. Si los Corleone fueran de Melide, sus bodas, bautizos y comuniones se celebrarían allí. A los postres, El Padrino daría audiencia a los jefes de las familias en la trastienda. Cuando le tocara a Clemenza, un tipo noble aunque arrabalero, llegaría con dos grandes lamparones de vino tinto. No sonaría una tarantela, sonaría una banda de gaitas. Los Garceiras no estaría mal.
Al principio Ezequiel era un bajo de obra, con las paredes de ladrillo sin revocar. A algunos podrá parecerles feísmo. Suponiendo que lo bonito sean esos aburridos restaurantes seudominimalistas que los epidérmicos interioristas llaman de estilo modernito, decorados con muebles de diseño. Como si los otros muebles no los hubiera diseñado nadie. … Seguir leyendo