La Voz de Galicia
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Cuando la tele era en blanco y negro, había un programa, precursor de OT, que se llamaba Gente Joven. En su apartado de baile regional siempre ganaba el grupo aragonés Nobleza Baturra. Yo era un niño, ajeno a cualquier idea vernácula. Aquello me parecía un rollo y solo quería que salieran los Jackson Five. La caspa era el gran ingrediente del menú de la época, y no me refiero a Nobleza Baturra, que hoy sigue vigente y era lo más auténtico de aquella macedonia de variedades, sino a eso que llamaban canción ligera y cuya ligereza se ha revelado bastante plomiza: hoy persiste con contumacia en los productos de la factoría que nos dio a Bisbal y a sus lacerantes sucedáneos. Mi desapego hacia los coros y danzas no era culpa mía. En aquellos días, los últimos del tardofranquismo, el folclore aún era algo pintoresco, más cercano al souvenir. Para los de fuera, calaba la idea de que todos éramos toreros y los turistas vagaban de tablao en tablao esperando cruzarse con Ava Gardner, cuyo rastro se perdía veinte años atrás en el tiempo. Mientras, los norteamericanos llevaban años comerciando con su folk. Lo fundían, lo acuñaban, lo reinventaban y lo servían en vinilo. No tiene mucho mérito porque los norteamericanos (no los nativos, sino los padres fundadores, los cruceristas del Mayflower) solo tienen dos cursos de historia. Su Códice Calixtino cabría dentro de una novelita canjeable de Marcial Lafuente Estefanía.

Hoy el trasunto de aquel mítico programa es nuestro Luar. Entre bambalinas los egregios brocados del traje regional se cruzan con los reventones lunares de una folclórica, capaz de obtener de un playback de finales de los setenta los últimos réditos del penúltimo cuplé. Es lo que algunos llaman, con chulería mesetaria, el circuito de provincias. Al menos al folclore se le trata con respeto y se cuela, de rondón, en horario de máxima audiencia.

Xoán A. Soler para esta escena, obvia el retrato y se centra en el paño. Los personajes cuelgan de las perchas de un armario invisible. Feijoo habita uno de los tres aburridos trajes azul marino, tan sufridos como recomienda El turista accidental. Adivinar en cuál, podría ser un exitoso juego de mesa. Se pregunta si calará la idea del alcalde Conde Roa, que quiere institucionalizar el traje tradicional. El de caqui, más pancho que un Madelman, sabe que a él no le toca. Él ya lleva, fajín o ceñidor de gala, y banda al pecho. No hay nada más tradicional. Pero Feijoo ya se ve ciñéndose las polainas, vestido de gaiteiro, departiendo con otros presidentes autonómicos. Al menos se despejará aquel viejo dilema del PP que basculaba entre la boina y el birrete. Será pucho o chapeu