La Voz de Galicia
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En una piscina también chapotea el arte. Brian Ferry se paseaba por su borde con un esmoking blanco y lo hacía, prácticamente, caminando sobre las aguas. El pintor David Hockney, otro apóstol del dandismo, usó la piscina como motivo para una serie. Tan a gusto estaba que pronto se desmarcó de la escuela de Londres para abandonarse al hedonismo y a la pachorra californiana. Debió pensar que el desgarro y el sufrimiento exhibicionista ya estaban cogidos. Bacon y Lucian Freud cultivaban el negociado del tormento, algo que le priva a la alta burguesía. Algunos ricos aún creen en el mito de la bohemia, al calor de su dinero revolotean las artistas. Pero Hockney insiste en pintar escenas amables; aunque si rascas, sus apacibles retratos ocultan secretos de familia. Cuando Hockney, liberado de la temática de la angustia pinta El gran chapuzón, no pretende una solución naturalista. Atento a lo que pasa cuando la encerada superficie del pilón es traspasada por un cuerpo extraño, de esa observación nace su propia narración líquida. Porque siempre está hablando de pintura. En cambio, un hiperrealista lo habría resuelto arrancado del público la exclamación: parece una foto. Una de esas frases hechas que junto a la que dice: «yo no sé de arte, solo sé si me gusta o no me gusta», forman parte del imaginario manual, que no existe y que habría que inventar, titulado Hablemos de arte, durante treinta segundos, en el incómodo silencio de un ascensor. Que una pintura parezca una foto debería ser solo un gag. No el motor de nada.
La foto de hoy no parece una foto. Melissa Franklin, que compite en los recientes mundiales de natación de Shanghai, ni siquiera parece humana. Parece un hermoso alien nacido de la plumilla de Moebius. No parece una foto ni siquiera en la forma en la que fue tomada. La fotografía deportiva actual es un milagro tecnológico. Antiguamente los fotógrafos tenían una cajita llena de balones recortados de distintos tamaños que pegaban en imágenes de fútbol, que a veces no tenían balón, porque las cámaras eran lentas y torpes. Esa torpeza que ahora echamos de menos consolándonos con cámaras Lomo y llorando la muerte del color del Kodachrome. Hoy hay cámaras en todas partes. Cámaras cenitales, cámaras en el fondo de una portería, cámaras en la perpendicular del aro de una canasta y cámaras en el fondo de una piscina. A veces son accionadas por control remoto lo que plantea, también pasa en el arte, un dilema de autoría. El fotógrafo no mira a través de la cámara. La cámara no piensa. Como en la pintura, el fotógrafo hunde las redes en el azar y actúa después, desechando lo accesorio. Como el brochazo salvaje que luego domestica primero el artista y luego el mercado.