Contemplé estupefacto hace días unas fotos de Borja Thyssen en el metaprograma de la sobremesa de la seis, en las que se le veía al lado de su señora y detrás de su madre, los tres juntos en actitud de ir de compras veraniegas. Fue una de esas visiones que a uno le refuerzan las verdades que el bueno de Sigmund Freud desveló hace años con una lucidez acomplejante, pese a quien le pese.
El caso es que suegra y nuera parecían clónicas, exhibían el mismo aire entre glamuroso y jicho, con las mismas tetas y los mismos morros operados por la misma firma.
Entre ellas se veía a un Borja de aspecto sindrómico, engordado a base de pesas y anabolizantes, luciendo tatuajes canallas y con cara de comerse los mocos entre serie y serie de pectorales. ¡¿Qué le ha pasado a este chico?!
La última vez que recuerdo haberlo visto era un adolescente espigado con cara de lechuguino vestido de pijo, que posaba junto al varón y su madre con la impaciencia del que ha dejado la partida de Nintendo a la mitad.
Pues a lo que iba, es psicológicamente comprensible que un hombre crecido sin filiación paterna —creo que sigue sin desvelarse aún quién es su padre— haya tenido dificultades a la hora de solucionar el complejo de Edipo que a todos nos afecta. No es de extrañar que, tras los avatares hormonales de la adolescencia, haya resuelto el problema identificándose con las figuras masculinas que encandilaron a su madre decidiéndose por adoptar un look entre tarzanesco y Santoni.
Y tampoco es difícil de entender que haya elegido una mujer idéntica a mamá, consiguiendo así resolver el deseo inconsciente sin romper tabú alguno.
Hasta aquí nada raro, ya se sabe que a todos nos seduce un rasgo y que dicho rasgo suele estar troquelado en los primeros años de vida. Lo que me preocupa es que al bueno de Borja parece que le va el rasgo Cervera y ,vista la trayectoria de la varonesa, no es precisamente un rasgo desinteresado el que ha mostrado su mama. Así que yo que él me blindaría la herencia no vaya a ser que su señora acabe colgando los Matisse en la consulta del cirujano plástico, mientras él lanza gritos en la selva o se planta el pañuelo pirata para salir de copas.
Borja es un poco como Paquirrín, sólo que con más dinero y fuera de Sevilla.
A Paquirrín lo veo también en los programas del corazón, pero últimamente más que él salen sus amantes. Una fauna femenina de lo más sugestiva que no ofrece duda en cuanto a sus intereses, pero a las que el bueno de Paquirrín también se beneficia —aunque sea en clave de polvos compasivos e interesados— porque que de no ser famoso, no se comería esas roscas ni de lejos.
Ser famoso y estar permanentemente asediado por los paparazzi es un martirio, pero si además eres un poco oligoescaso es una putada. Borja y Paquirrín están expuestos al público y a todo tipo de alimañas vaginales capaces de hacer de todo con tal de salir en la tele comentando el plan de entrenamiento o describiendo el kit copulador de su presa.
Alguien tendría que legislar estos abusos y proteger a los muchachos de tanta basura.
Si Paquirri y el barón levantaran la cabeza…
Luis Ferrer es jefe de Psiquiatría del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago