La Voz de Galicia
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El mundo de las emociones es apasionante. Pensar que la mayor parte de lo que hacemos en la vida está pilotado por una emoción es turbador.
Hoy sabemos mucho de ellas, sabemos cómo y dónde se generan, cómo actúan y qué provocan. Sabemos que en situaciones delicadas dominan a la razón y toman el mando de nuestra conducta.
La inteligencia emocional no es más que el arte de su doma, saberlas identificar, estirarlas cuando nos empujan y empujarlas cuando nos estiran. Y lo más importante: saberlas identificar en los demás para lograr esa magia que llaman empatía.
La traducción de las emociones es un negociado de nuestro cerebro mamífero -el segundo en la evolución-. La corteza cerebral -más reciente-, es la que se dedica a transcribir los mensajes verbales y procesar la información racional.
La lectura de un gesto que denota o provoca una emoción se hace por el canal no verbal -a todos nos puede caer mal alguien sin haber cruzado una sola palabra-.
El mensaje del gesto es etológico y no admite confusión: si hay que enseñar la barriguita para que no te muerdan, se enseña y si se levanta un puño amenazante, es mejor apartarse. No se puede negar el sentido de un gesto.
El problema viene cuando se traducen mal o cuando lo que el gesto transmite se contradice con lo que se esté comunicando verbalmente. Si esto ocurre se produce una contradicción y la respuesta emocional más frecuente que genera en el que lo recibe es de perplejidad o de ira. -Si te declara su pasión mientras mira por el rabillo del ojo cómo va el Dépor en la tele, la cosa acabará mal-.
Y cuando ves a tanta tropa haciendo declaraciones, dando discursos, declarando ante el juez, interviniendo en parlamentos; hablando de cosas serias y comprometidas, respondiendo acusaciones, siendo interpelados, defendiéndose y amenazando con una sonrisa tontita, comunicacionalmente falsa y domésticamente cabreante.
¿De qué se ríen? ¿Por qué tienen que acabar siempre las declaraciones con una sonrisita? ¿A quién va dirigida: a los suyos o a los otros? Lo dicho: perplejidad o ira.
¿Tantos asesores para qué? ¿Nadie les aclarará lo falso que resultan?… Se ve que eso de la empatía no está en el acta ni en los escritos de Maquiavelo.
El único que no generó confusión alguna fue el rey cuando lo del elefante y la pantera; tampoco el de: «Españoles: Franco ha muerto», o Zapatero cuando vino de Bruselas con las cejas peladas. Ahí sí que no hubo sonrisitas estúpidas.
Y luego se quejan de que no han sabido comunicar.