La Voz de Galicia
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Ni el Plan E, ni todas las bofetadas al aire que llevamos dando este año para conseguir mantenernos a flote, ni las borrosas propuestas de cambio de la oposición, nada de ello puede competir con el Plan O de la costa del sol.
Una vez más ha sido este privilegio de país que tenemos y sus gentes de a pie, quienes han venido a sofocar el fuego de nuestra economía.

La visita de Michelle Obama —que algunos cenutrios comparan con la genial metáfora de un tiempo pasado plasmada en el Bienvenido Mr. Marshall de Berlanga y Bardem—, ha venido a actuar como un catalizador de nuestra excelente oferta turística.
Han sido cientos de miles las entradas en la Red generadas por la visita y se cifra en no menos de ocho millones de dólares el beneficio que va a reportarnos, así, sin recortes de salarios, paralización de pensiones ni cabreos multitudinarios.
La señora Obama ha puesto a España en el escaparate del mundo de forma más eficaz que cualquier plan de desarrollo turístico ideado por el ministro de turno, y eso es de agradecer. Nos ha abierto el mercado del imperio que, como todos los imperios, tiene mentalidad cortesana y sus gentes tienden a imitar los usos y maneras de los poderosos, lo que sin duda hará que veamos repuntar el número de visitantes americanos por nuestros lares.
Hay quienes tachan de catetos a todo el personal que parece estar desviviéndose por que la primera dama se encuentre feliz, querida y a gusto entre nosotros, los señalan como una especie de paletos, lugareños, rústicos y serviles. Bien al contrario, estos críticos de la divine gauche et droit de nuestra sociedad, son los primeros en hacerse la foto con el personaje de turno cuando cae por sus entornos, su yate o su mansión. Son aquellos que decoran sus negocios con fotos autografiadas de famosos y se pavonean en pêtite comité de “ser amigos” de la celebrity de turno. Estas gentes cansinas que tienden a criticar toda conducta por encima del bien y del mal —sobre todo si no les van los duros en ello—, y que miran por encima del hombro a quienes se están jugando el negocio, son en realidad los verdaderos atunes, gaznápiros, palurdos, patanes y zafios de la película.
Y lo son porque eso que los economistas llaman el capital relacional —consistente en la cantidad de buenas relaciones que uno pueda tener— lo consideran un patrimonio exclusivo de su estatus y algo que no es propio de los sirve platos, tira cañas, recoge maletas, limpia baños y demás gente normal.
Cualquiera que reciba en su casa a alguien de categoría, lo normal es que procure ser el mejor anfitrión posible y que intente hacer que se sienta a gusto y, mejor o peor, eso es lo que están haciendo los paisanos de Marbella. Una actitud distante, sin alaracas y anodina para con el huésped —que es lo que muchos críticos preconizan como lo correcto—, trasluce mucho más sentimiento de inferioridad que de normalidad, que es lo que les pasa a los paletos de verdad.
Somos una potencia mundial en el sector turístico y lo somos no sólo por nuestro clima, nuestros lugares, nuestras playas, cultura o gastronomía. La espontaneidad y el trato de la gente es un factor diferenciador de nuestra oferta y clave del éxito.
Por todo eso la señora Obama nos ha elegido para sus vacaciones, dejemos que la gente la atienda como le salga y guardemos los consejos y críticas para otras cuestiones menos importantes en las que no nos vayan tantos dólares en juego.
Y es que, al final, es imposible ocultar lo que somos y, lo que somos, guste o no a algunos, es lo que gusta a mucha gente que nos visita.
Sino, corremos el riesgo de sacar al invitado viandas fisnas e inusuales en casa, cuando él lo que verdaderamente espera es que saquemos el chorizo, el vino y cantar el “ailelo, ailelelo”.
O como le ocurrió a un tío mío, que esperando con expectación la visita del obispo de Tarragona para comer en casa. Quiso que todo estuviera perfecto, sacó la vajilla de lucir, dispuso la mesa de forma diferente a la habitual y hasta vistió de uniforme a la tata de toda la vida, a la sazón, paisana del pueblo. Sus consignas fueron que todos debían estar correctos y educados pero mostrando una actitud de normalidad cotidiana. Como si todos los días viniera un obispo a comer a casa.
Al final, todo quedó aparentemente bien, pero lo único que recuerda el obispo y el motivo por el que repitió más de una vez, fue que mientras la tata le ofrecía la sopera con un caldo de albondiguillas exquisito, le susurró al oído: “excelencia, las pelotas están en el culo”.
¡Bienvenida Ms. Obama! Y échele el diente al jamón que verá como repite.
Luis Ferrer es jefe del Servicio de Psiquiatría del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS)